
Fuente de la Piedra Escrita
El portalón de San Lorenzo
Si las piedras de Córdoba hablaran...
«Si Antonio Gala hubiese escrito la novela hoy aquello sería otra cosa, muy probablemente algo más triste y melancólico»
Nos podrían decir que no es ninguna novedad apuntar que nuestros barrios antiguos se están quedando solos, sin vida. Olvidados de políticos de todos los colores, salvo para molestar con sus ocurrencias a los héroes que aún quieren vivir allí. Sus establecimientos de toda la vida cierran y las casas familiares se abandonan o son pasto de okupas y maleantes, mientras los locales, se convierten en apartamentos turísticos o en infraviviendas consentidas.
Este triste proceso está ocurriendo a lo largo de todo el casco histórico con mayor o menor intensidad: Santa Marina, La Magdalena, San Pedro, San Lorenzo, Santiago... De la Judería y el barrio de la Catedral mejor no hablar. Nuestros gobernantes sólo se acuerdan de estas zonas de cara a los turistas, con las Cruces de Mayo, el Festival de los Patios o la Semana Santa. Mientras se abandona esta ciudad, donde vivían prácticamente todos los cordobeses hasta hace no muchas décadas, más y más urbanizaciones nuevas, llenas de bloques de pisos, se levantan en los confines occidentales y en la falda la sierra mientras la población de Córdoba, incluso, desciende. Un sin sentido.
No cabe duda de que la modernidad del teléfono móvil y otros dispositivos con pantallas nos ha hecho más ágiles, más vivos y, sobre todo, más cómodos. Sin embargo, por paradójico que sea, nos ha incomunicado. Cada uno está en su mundo. Muchas casas familiares están prácticamente vacías a lo largo del día, pues mientras ambos padres trabajan los niños (si es que los hay) suelen estar en las guarderías, en el colegio o en casa de los abuelos. Luego, cuando vuelven por la tarde-noche con sus progenitores, se les endosa un móvil para dejarlos tranquilos, absortos con su pantallita. Ya ni andan a gatas, que era todo un síntoma de inquietud y de buen ejercicio. Ahora apenas ejercitan los dedos de las manos para pasar y pasar pantallas hasta que les agrade una.
Entretanto, en las parejas tienen que trabajar ella y él sólo para mantenerse con lo puesto. Adquirir una vivienda vuelve a ser (como era hasta mediados del siglo XX) algo sólo al alcance de unos pocos privilegiados. Pero, al menos, se les deja que cada uno se pueda aislar con su móvil y montarse una falsa vida paralela cara a los demás donde todo está perfecto.
Nadie puede explicar la sociedad que estamos generando, llena de tantas frustraciones sólo evidentes cuando alguien sale de este círculo vicioso y se para a reflexionar. De todo este complejo cambio social que experimentamos, con gentes aisladas que hasta para comprar ya sólo lo hacen on-line, y que no se relacionan con nadie salvo virtualmente, lo único que parece inamovible son los impuestos, cada vez más altos, que pagaríamos con gusto (o con menos dolor) si fueran a donde tienen que ir, no a costear el tren de vida de esa clase política que saca provecho impunemente, y sin cortarse ni un pelo, del trabajo ajeno, colocando a amantes, hermanos, amigos y amigas, y todo lo que se tercie, pagando también de paso a infinidad de subvencionados para que los defiendan de los supuestos bulos que levanta la gente con su corrupción.
En definitiva, que mientras en aquellos «tristes» años 60, 70 y 80 la hipoteca de un piso decente suponía el 30% del sueldo del marido, ahora, trabajando los dos, como poco supone el sueldo completo de uno de ellos. El poder adquisitivo de los españoles que no son políticos va para atrás a marchas aceleradas, apenas tienen hijos y, además, muchos de éstos sólo pueden estar con sus padres unas pocas horas durante el día mientras ellos trabajan fuera y sus barrios son eriales sin pulso. Un futuro muy poco halagüeño se nos presenta si no le ponemos remedio.
El programa de Antonio Gala (TVE 1972-1973)
Como el eco de todo esto que hemos relatado, tenemos que decir que el gran escritor Antonio Gala Velasco (1930-2023) escribió una serie para TVE titulada ‘Si las piedras hablaran’. En ella le da cierto protagonismo a toda la zona en torno a la fuente de la Piedra Escrita, como referente entonces de memoria, historia y convivencia a su alrededor, en suma, de esa vida social que hoy está desapareciendo. Posteriormente escribió la novela ‘Las afueras de Dios’, en la que la hermana Nazaret recorre día a día esta misma zona como monja al cuidado de ancianos durante veinticinco años, percibiendo la vida que brotaba del barrio, con sus comercios y quehaceres diarios. Así surge la verdadera Clara Ribalta que llevaba dentro, que en vez de llegar al amor a través de Dios (como suele hacerse), encuentra a Dios desde el amor (lo que, por otra parte, es el camino que enseñaban los grandes filósofos y pensadores cristianos que ya no se leen, como San Agustín o Santo Tomás).
El escenario se desarrolla al principio de los años 60, cuando el entorno de la Piedra Escrita estaba bien vivo, con su sempiterna fuente, sus innumerables vecinos (mayoría niños y jóvenes) y su pujante vida comercial. ¡Qué tiempos aquellos cuando aquella calle Dormitorio la correteaba Pepe Olla como ayudante en el reparto de carne! ¡Qué tiempos en los que Loli, la hija de Pepe el Habanero, era una hermosa joven por la que suspiraban muchos jóvenes del barrio! Si Gala hubiese escrito la novela hoy aquello sería otra cosa, muy probablemente algo bastante más triste y melancólico.

El estanco del Dormitorio. Las flores de los balcones nos dan idea de que aún hay vida
El estanco del Dormitorio
La calle Obispo López Criado, que siempre llamamos Dormitorio por su nombre antiguo, era la vía que enlazaba San Agustín, con su gran mercado organizado desde el siglo XIX, con la populosa Piedra Escrita. Era lógico, pues, que abundasen en ella los establecimientos comerciales al ser la prolongación natural de San Agustín.
Actualmente apenas sobreviven en la calle dos carniceros, que son ya de la tercera generación de los hermanos González; una peluquería, por poco tiempo una tienda de ultramarinos, un carpintero, la gran tienda bazar de las hermanas Calderón Trujillo y el viejo estanco. Echando la vista sólo unos diez años atrás, cerró hace poco la pasamanería de Mari Carmen González Campos por jubilación (que, mucho me temo, será el camino que sigan los que permanecen), unos años antes una pequeña cafetería que estaba a su lado, un despacho de pan Polvillo, donde luego se instaló un establecimiento de hostelería y después una inmobiliaria, una peluquería de animales, una pescadería, y una tienda de encuadernación donde antes hubo unos encurtidos. Este mismo año ha cerrado el histórico puesto de verduras y frutas de González, cuando hasta hace poco aún permanecían tres grandes establecimientos de este tipo en la calle. Que en la calle Dormitorio no haya ya tiendas de frutas y verduras es como si en Cruz Conde o Gondomar no hubiese tiendas de ropa (tiempo al tiempo).
En este entorno cada vez más desierto todavía continúa el estanco de la esquina con la Piedra Escrita, que además de tabaco y lo propio del establecimiento vende también prensa escrita, hoy en retirada. De toda la vida lo conocemos con la misma puerta austera y la misma fachada. Ahora lo regenta Inmaculada, que pertenece a la cuarta generación de estanqueros.
Su origen fue una concesión oficial del Estado a una tal Carmen, viuda de uno de aquellos jóvenes mandados a luchar a la Guerra de Cuba (1895-1898), en compensación por la muerte y pérdida de su marido en dicho conflicto. Al morir éste muy joven no tuvieron tiempo de dejar descendencia, por lo que Carmen se lo dejó a su sobrina Consuelo, una mujer a la que en todo el Dormitorio la llamaban La estanquera guapa pues, según me comentó Miguel Escudero Melero, tenía una cara que, sin pinturas ni arreglos de ninguna clase, era «divina».
Consuelo se casó y tuvo un hijo llamado Manuel Muñoz, el cual, aunque era invidente, regentó a la perfección el estanco acompañado de su mujer Concha Morales, vecina de la calle Abéjar, donde coincidió con Rafaela Gutiérrez Gómez, una mujer muy echada para delante que llevaba su casa, siendo viuda con siete hijos, gracias a su taller de costura.
Concha me contó cómo a las muchachas que trabajaban en otro taller de costura, el que había por encima de la fuente de la Piedra Escrita, les faltó tiempo para quitar el cartel de ‘Lo que el viento se llevó’ que acababan de colocar en la cartelera municipal situada justo a la vuelta del estanco hacia Moriscos. Debajo de la citada cartelera, recordaba Concha, se colocaban en los días festivos y de vísperas los betuneros o limpias como El Conejo, El Chato, Rogelio, Jiménez, Cuello corto o los hermanos Marchena.
Y es que el ‘robo’ de ese cartel de cine tenía su sentido, porque la foto de William Clark Gable (1901-1960) llenaba las ilusiones de cualquier joven. Para colmo, el barbero de aquella zona había comentado que el citado actor había nacido en Cádiz y todas se lo creyeron, pero se le olvidó aclarar que era Cádiz del estado americano de Ohio.
Tras Concha, que afortunadamente aún vive a sus casi noventa y cinco años, le siguió en el estanco su hija Inmaculada, donde llevaba echando una mano desde niña. Esperemos que siga muchos años más.

Escena cautivadora de la película 'Lo que el viento se llevó'
Fueron historia viva del Dormitorio
No cabe duda de que otra persona destacada en el corazón sentimental del Dormitorio fue José González García ‘Pepe El Habanero’, hijo de José González Rubio y Carmen García.
Su padre, piconero, quedó muy joven huérfano de su madre, Carmen Rubio Diéguez, por lo que se empeñó en emigrar a la isla de Cuba, que vuelve a salir en nuestro relato. A pesar de la oposición de su padre, Antonio González Calvente, vecino en las calles Álvar Rodríguez, Vera, Moriscos y Rivas y Palmas, el joven se salió al final con la suya, y estuvo un tiempo en la localidad de La Habana. Por eso, al volver a Córdoba sus compañeros lo empezaron a llamar El Habanero. Haciendo honor a la gran relación entre los piconeros y el mundo del toro, este inquieto hombre llegó a participar en aquellas corridas célebres de piconeros que se fraguaban en la taberna de La Cosaria de Santa Marina, esquina con calle Cepas, y en las que casi siempre estuvo detrás dándoles su apoyo el gran Rafael Molina Sánchez ‘Lagartijo’, cliente señalado de esta taberna y gran amigo de los jornaleros del picón.
Como era costumbre, su hijo José González García (1921-1977) heredó el apodo de el padre, siendo conocido en el barrio como Pepe El Habanero. En sus años jóvenes ingresó en el Seminario de San Pelagio porque quería ser sacerdote. Allí debió recibir sus primeros conocimientos de la Biblia, de gran nivel, pues no en balde el jefe de estudios era el canónigo José María Gallegos Rocafull, un prestigioso intelectual muy relacionado con los sindicatos católicos y mano derecha del obispo don Adolfo Pérez Muñoz en la fundación de la cooperativa La Solariega, empeñada en la noble tarea de construir casas baratas unifamiliares para los trabajadores.

Tres personajes irrepetibles de San Agustín, como fueron, Pepe el de la Beatilla, Eloy Gamboa y Pepe el Habanero
Pero, más o menos a los tres años de estancia en el seminario, Pepe lo abandonó, si bien aprovechó su formación general y bíblica para hacer el Servicio Militar en esa especie de milicia que existía antiguamente en la Renfe.
Quizás su conocimiento de primera mano de los profetas, unido a su aspiración de progresar en la vida, le hizo intuir que una colocación que le ofrecieron enseguida para trabajar como mecánico en el Depósito de Renfe no tendría mucho futuro. Y tuvo razón, pues el Depósito fue totalmente desmantelado a principios de los años 60 con gran pérdida de puestos de trabajo.
El caso es que optó por empezar a trabajar en la fundición de Bernardo Alba Pulido en la avenida del Obispo Pérez Muñoz (siempre cerca de la Piedra Escrita), donde se ejercitó en el oficio de ajustador mecánico a las órdenes del maestro Rafael Aranda Ruiz, esposo de La Naranjera de la calle María Auxiliadora, al que apodaban El Cachirulo por sus gran afición a los carnavales.
Pero esa especie de intuición profética que siempre tuvo volvía a aguijonear a Pepe con que aquello tampoco era lo suyo. Y de nuevo acertó, ya que a mediados de los años 60 las máquinas automáticas de corte por electro erosión acabaron con la mayoría de los buenos profesionales de ajuste y montaje.
Por eso, al fin, Pepe decidió dedicarse a un trabajo que dependiese sólo de él, y eligió la oportunidad que se le presentó de regentar una taberna en alquiler, La Paloma, una de las muchas del emprendedor gallego Ángel Groba de la familia Do Ferrero de Paredes de Ponteareas (Pontevedra), que vino a Córdoba para trabajar encendiendo los faroles del gas alrededor de 1920 y que luego progresó tanto con el negocio de las tabernas que llegó a tener más de una docena repartidas por toda Córdoba.
La taberna de Pepe el Habanero
La remozada taberna La Paloma, después de mucho trabajo, se les dio muy bien a José González García y su esposa, Carmen Campos Alcaide. Con lo ganado pudieron comprarse una casa en el Dormitorio, sin moverse apenas de la Piedra Escrita. Se la vendió en 1952 Rafaelita Flores Barrera, familia del piconero El Tornejo, por el precio de 80.000 pesetas pagaderas en tres años.
Tenemos que decir, que Francisco de la Haba ‘El Tornejo’ fue de los pocos piconeros que progresó de forma destacada, ya que tomó la sabia decisión de comprar a sus compañeros el picón que hacían en el campo y él lo vendía directamente al público en los distintos puestos que abrió por toda Córdoba. Considerado en aquellos tiempos como el «piconero rico», fue siempre generoso ayudando a muchos de sus compañeros cuando acudían a él con dificultades.
En la compra de esta casa por El Habanero intervino como corredor un cliente habitual de la taberna La Paloma, Joaquín Sánchez, dueño del almacén de aceitunas que existía en el huerto de la Rinconada de San Antonio, en lo que fue la simpática Torre de los Perdigones, entonces totalmente aislada por un cerramiento con la calle Juan Tocino. En este almacén de aceitunas curiosamente trabajaron dos de las hermanas mayores de las hermanas Calderón Trujillo, precisamente una de las hermanas más jóvenes es la propietaria del actual bazar enfrente de la Piedra Escrita.
Una vez comprada la casa, José González, bien asesorado por su compadre y amigo Manuel Cabello Luque ‘Minguitos’ (hijo de otro célebre piconero de la zona) encargó el proyecto para convertirla en taberna-vivienda. El arquitecto fue un joven don Rafael de La-Hoz Arderius, que prácticamente se acababa de casar en la iglesia de San Rafael. La taberna y la vivienda fueron inauguradas en 1953, por lo que se realizó el trabajo en un tiempo récord a cargo de Antonio Calderón, que además de constructor era jefe del Parque de Bomberos.
La taberna se identificó totalmente con el barrio y se orientó de forma muy avanzada para la época y triunfó a pesar de competir con las numerosas tabernas clásicas que proliferaban como setas en su entorno, como La Barrera, que regentaba Cabezas el de los llaveros, en la calle Cárcamo; Casa Marín, enfrente de la fuente de la Piedra Escrita; Casa Fermín, esquina con Costanillas; la nueva La Paloma, regentada ahora por un tal Ambrosio; la taberna de Casa Ramón, gran aficionado a los gallos de pelea, al principio del Dormitorio; Casa el Pancho, la única que permanece, en la calle Montero, y en menor medida el «bodegón de los caracoles» de Carriles por encima del famoso establecimiento de la carnicera Dámasa, luego retomado por Carlos Espejo, marido de la Churumbaca del Jardín del Alpargate.

Fue tal identificación de Pepe el Habanero con la Piedra Escrita que en su Lotería de Navidad la fuente aparecía en primer plano
Aun con toda esta feroz competencia, la taberna Pepe el Habanero se puso a la cabeza. Fue moderna para un barrio viejo, llegando incluso a mantener un grupo de tertulianos apasionados del cine que llegaron a fundar la peña El Celuloide. Aquello funcionó muy bien hasta que, por desgracia, le sorprendió la muerte a Pepe González a finales de 1977.
La casa siguió funcionando como establecimiento porque dos de sus hijas, Dolores y Mari Carmen, instalaron en sus bajos sendos negocios de cafetería y pasamanería, ya citados, pero que al llegar la hora de su jubilación también tuvieron que cerrar. Finalmente, la casa ha sido vendida este mismo mayo del 2025 a un norteamericano. Con ello desaparece del Dormitorio la familia de «Pepe el Habanero», santo y seña de toda esta zona. Y se nos sigue yendo parte de una Córdoba que, a buen seguro ya no volverá por desgracia.