Irán y MAGA: Trump 2.0 en la encrucijada
Ahora el presidente de Estados Unidos tiene que decidir: ¿inicia una acción bélica directa contra la República Islámica, arriesgando todos los activos militares de su país en la región, o mantiene su postura ambigua

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en el Aeropuerto Municipal de Morristown, Nueva Jersey
La batalla existencial de Israel contra el régimen clerocrático de Teherán y su programa nuclear se ha erigido en un momento crítico para la Presidencia de Trump 2.0. Mientras que los conflictos internacionales previos han permitido a Trump y a su equipo presentarse como mediadores y «hombres de paz» —una postura compatible con la base aislacionista del movimiento MAGA—, la situación con Irán exige una acción preventiva de gran escala, con el uso de armamento masivo, que podría redefinir el posicionamiento geoestratégico de Estados Unidos.
Hasta que el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, decidió afrontar el riesgo «existencial» del programa nuclear iraní con una serie de ataques quirúrgicos notablemente exitosos contra la cúpula nuclear y militar de Teherán, la Administración Trump intentó manejar la situación con su habitual estrategia: la amenaza de sanciones y la promesa de acuerdos comerciales para doblegar la voluntad de los contendientes. Sin embargo, la audacia de Netanyahu ha forzado a Trump a un cambio de guion.
El éxito de los ataques israelíes, que han concitado la admiración en la región, ha apelado, curiosamente, al lado más narcisista del mandatario estadounidense. Ante la posibilidad de quedar fuera de la foto, Trump no ha tardado en apropiarse del mérito. La declaración «hemos liberado los cielos de Irán», sugería una autoría directa sobre la devastación causada por la fuerza aérea israelí. La única participación estadounidense tangible, hasta la fecha, ha sido la asistencia en la defensa de Israel contra los misiles de represalia lanzados por los ayatolás. Por otro lado, la aprobación tácita de las monarquías del Golfo facilita el alineamiento explícito de Estados Unidos con Israel, y la protección de la Marina estadounidense ante las respuestas chiíes, cada vez más simbólicas.
La MOAB: un imperativo incómodo para la doctrina MAGA
No obstante, la realidad del programa nuclear persa, con sus instalaciones ocultas en montañas impenetrables para la aviación israelí, impone una verdad incómoda: para desmantelar definitivamente el programa, se requerirá la intervención de Estados Unidos. Solo Trump tiene la MOAB (la «Madre de Todas las Bombas»), un artefacto de 14 toneladas capaz de penetrar búnkeres a más de 60 metros bajo tierra, y los bombarderos B-2 necesarios para su despliegue.
Trump se enfrenta a su propia hemeroteca
Por ello ahora Trump tiene que decidir: ¿inicia una acción bélica directa contra Irán, arriesgando todos los activos militares de EE.UU. en la región, o mantiene su postura ambigua, capitalizando la eficacia israelí sin involucrarse directamente, incluso si esto implica la continuidad del programa nuclear y el consiguiente riesgo de que el régimen iraní, ahora bajo amenaza existencial, acelere su desarrollo atómico? Trump se enfrenta a su propia hemeroteca. Desde sus inicios en política, ha declarado repetidamente que nunca permitiría a Irán poseer un arma nuclear. Al mismo tiempo, prometió a su base MAGA no involucrar a Estados Unidos en «aventuras bélicas» innecesarias en el extranjero. La contradicción es evidente y aguda.
La disyuntiva y el reloj de arena
Por el momento, Trump parece mantener todas sus opciones abiertas. Ha otorgado un plazo de dos semanas al régimen iraní, coincidiendo con la llegada de sus portaaviones desde el Pacífico a la zona, mientras mantiene una exigencia de rendición total. Es consciente de que los mulás no capitularán en su programa nuclear a menos que enfrenten una amenaza inminente a su propia supervivencia. Es posible que, por un golpe de fortuna, Israel logre durante este tiempo un nivel de destrucción y desestabilización en Teherán que elimine la necesidad de un bombardeo a gran escala por parte de EE.UU. Improbable, pero este escenario le daría a Trump la victoria sin despeinarse.
Los elementos más aislacionistas de su coalición, como Tucker Carlson o Charlie Kirk, ya han manifestado su clara oposición a una intervención estadounidense, argumentando que no es un problema de interés directo para EE.UU. y citando los fracasos en Afganistán, Irak o Libia como advertencias de las posibles consecuencias. Sin embargo, las encuestas sugieren que las bases trumpianas, de momento, respaldan una intervención americana. Esto se ve facilitado por la larga historia de Irán calificando a EE.UU. como el «Gran Satán» y su implicación durante las últimas tres décadas en numerosos actos terroristas contra intereses estadounidenses. Además, la facción menos aislacionista de la coalición, representada por figuras como el senador Lindsey Graham, es decididamente pro-Israel y comparte la visión de Netanyahu de un Irán nuclear como un riesgo existencial para Israel y para la estabilidad global.
No me cabe duda de que Trump actuará si fuera necesario, posiblemente antes de su propio plazo límite. Su verdadero desafío no reside en la decisión de intervenir, sino en las consecuencias de dicha acción. El éxito, como se sabe, tiene múltiples padres. Si su intervención logra desmantelar el programa nuclear iraní sin que la República Islámica colapse y se convierta en un Estado fallido, sus críticos probablemente callarán como puertas. Sin embargo, si la acción fracasa en su objetivo, o si Estados Unidos se ve envuelto en un conflicto prolongado —ya sea militar o económico, como un bloqueo del estrecho de Ormuz que dispare los precios globales del petróleo—, su base hillbilly se le revelará. No olvidemos que esta base es la que manda a sus hijos a la guerra, no los Technobros de Silicon Valley.
No me cabe duda de que Trump actuará si fuera necesario, posiblemente antes de su propio plazo límite
La lección de la preparación en un mundo hostil
Resulta irónico que este conflicto se este desarrollando la semana previa a la cumbre de jefes de Estado de la OTAN. La cruda realidad del coste de este enfrentamiento —con Israel gastando más de 300 millones de dólares diarios en bombardeos e Irán casi el doble con un impacto apenas perceptible— subraya una lección fundamental: para tener éxito en conflictos que no siempre pueden evitarse, es imperativo invertir significativamente y de manera inteligente en la preparación y la previsión de dichos conflictos.
Esto implica una anticipación estratégica y un esfuerzo sostenido a lo largo de los años. A figuras como los ayatolás, el líder norcoreano, el zar moscovita o el emperador Xi Jinping, no se les controla con reuniones diplomáticas a tres bandas (la reciente reunión del E3 con Irán en Ginebra sirvió como un claro ejemplo de futilidad), sino con fuerzas armadas y servicios de Inteligencia robustos, bien financiados y coordinados. Una verdad que, le guste o no al presidente Pedro Sánchez y a los que, como él, optan por la desinversión en Defensa, se impone con brutal claridad. Aunque escribo esto un sábado, e ignoro si para cuando llegue la cumbre Sánchez seguirá descansando sus enamorados huesos en el Palacio de la Moncloa.