
Urtasun, en una fotografía de archivo
Urtasun incendia el Teatro de la Zarzuela
La decisión del ministro Urtasun de seguir adelante con ‘La tabernera del puerto’, prescindiendo del coro en el estreno, desconcierta a los espectadores y provoca que el conflicto se agrave, con consecuencias ahora mismo imprevisibles
La relativa paz que el Teatro de la Zarzuela había experimentado durante los últimos años acaba de saltar por los aires. El polvorín amenaza con explotar.
Y el culpable no es otro que el ministro de Cultura, Ernesto Urtasun, con su decisión, ayer mismo, de aportar más leña al fuego en lugar de intentar comprender, primero, y solucionar, después, un conflicto que se gestaba desde hace más de un año, cuando el anterior director de la casa, Daniel Bianco, el último pacificador del coliseo de la calle de Jovellanos, abandonó sus responsabilidades.
El coro de la Zarzuela llevaba ya varios meses avisando de que era preciso sentarse a hablar sobre las carencias que afectan al colectivo, que incluyen desde una revisión de sus condiciones salariales hasta las decisiones que tienen que ver con lo que entienden como una práctica encubierta, destinada a variar las condiciones laborales hasta comprometer, en el futuro, su magnífico desempeño (el conjunto es valorado como uno de los mejores, si no el número uno, de su especialidad en España).
En concreto, la Administración habría optado por no sacar a concurso las nuevas plazas disponibles de los cantantes que han ido abandonando la institución. En su lugar, reemplazarían a los antiguos efectivos por personal interino.
Lo cual redundaría, siempre según el coro, en peores condiciones de trabajo para los nuevos integrantes y en una merma de la calidad general del servicio: la disponibilidad y la aceptación de condiciones diferentes, seguramente peores a las consolidadas, se impondría sobre el criterio de excelencia profesional.
A partir de ahí, como siempre suele suceder por estos pagos, la cuerda comenzó a tensarse hasta llegar al último día, el del espectáculo que debe clausurar la presente temporada, sin que se vislumbrara una solución. De ese modo, el coro anunció, como protesta ante la falta de respuesta del teatro (dependiente del Ministerio de Cultura), una huelga que debería sacrificar la primera representación de La tabernera del puerto, de Sorozábal, prevista para ayer mismo.
En realidad, la batalla que libra el coro es la de su propia supervivencia proyectada sobre el futuro, siempre de acuerdo con la preservación de las condiciones artísticas y económicas que han conseguido en un recorrido profesional complicado, ya que, en este país, sobre todo desde las administraciones, no se suele valorar en su justa medida la excelencia artística. Lo ha vuelto a probar, ahora, Urtasun al decidir que, si el coro no actuaba en el estreno, La tabernera bien podía ofrecerse sin su participación.
Craso error. En primer lugar, porque lo que se vio ayer en la Zarzuela puede calificarse como una falta de respeto a la memoria de los autores de la propia obra, el compositor Pablo Sorozábal (que en vida libró más de una batalla con las autoridades de su época por mantener la integridad de otras de sus magníficas creaciones, como le sucedió con la ópera Juan José) y los autores del libreto, los escritores Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw.
Ofrecer una obra maestra del teatro musical ibérico mutilada, por puro capricho de un gobernante, resulta un grave desprecio tanto a los creadores como al público que adquiere una entrada aguardando ver el espectáculo en toda su rica complejidad, para al final recibir un sucedáneo.
Las redes sociales ardían anoche, y esas mismas brasas se han avivado desde bien temprano, esta mañana, con los comentarios de espectadores indignados por la chapuza perpetrada. El resto de los artistas implicados se limitaron esta vez a cumplir, mediante su buen oficio, lo que se les ordenó.
Pero más allá, el hecho de enfrentarse directamente al coro, sin procurar una solución que supere el conflicto, desde la prepotencia del cargo (hay que ver cómo se las gastan quienes supuestamente venían a proteger a la clase trabajadora), mediante el simple desafío de hacerle creer que «el espectáculo debe continuar», sin ellos, supone una temeridad que seguramente va a tener graves consecuencias inmediatas para la institución.
Además de proponer al desconcertado y molesto público algo sin sustancia, traicionando de paso la memoria de los autores, se acaba de avivar un conflicto artístico de imprevisibles resultados.
El sentimiento generalizado entre los miembros del coro (el colectivo, aunque puede llegar a entenderlo, percibe como una fea muestra de insolidaridad la decisión de los compañeros de la orquesta, técnicos y cantantes de actuar sin su participación) es que, al pasar por encima de sus reivindicaciones, lo que se ha perseguido, ahora, es buscar una división entre trabajadores que los deje a ellos en el peor lugar, señalados como villanos.
Algo más propio de una patronal, comentan, que de un gobierno que, en teoría, se ha fijado como objetivo la defensa de los trabajadores. El desencuentro con Sumar es mayúsculo, y algunos (quizá ingenuamente) dudan de que la vicepresidenta, Yolanda Díaz (que nunca acude a sus estrenos), esté debidamente informada. A Urtasun parece que le preocupa más resolver los posibles conflictos entre Monctezuma y Cortés.
Esa división entre los distintos cuerpos artísticos y técnicos implicados, de facto, que se ha propiciado con la decisión de ayer, solo puede derivar en una cosa cierta: la quiebra de la armonía en la institución.
El mal ambiente que se respiraba entre bambalinas irá a más si no hay soluciones, se enquistará en los próximos días, semanas y meses. Podría llegar a tener consecuencias no sólo sobre el resultado artístico final de todas las futuras funciones de La tabernera del puerto, si no quizá hasta en el inicio y desarrollo de la próxima temporada. Ahora mismo la Zarzuela se encuentra en plena ebullición. El indignado coro ya ha anunciado más movilizaciones, en cuanto pueda.
Y habrá, también, que ver cómo responde el público, que dispensa siempre a este conjunto la mayor admiración, respeto y cariño.
Desde luego, la función de esta noche, segunda de la serie, que debería ser una celebración del genio de Sorozábal y sus creadores, y del talento de todos los artistas implicados, promete convertirse en un plebiscito sobre las reivindicaciones de un colectivo que, en sus propias palabras, busca «ofrecer arte de calidad» impidiendo que se retroceda «en derechos que han sido conquistados gracias al esfuerzo» de quienes les precedieron.