Rafael Merino, ex-alcalde de Córdoba

Rafael Merino, ex-alcalde de CórdobaPablo Castillejo

Rafael Merino López, ex-alcalde de Córdoba

«El vecino quiere sentirse escuchado, respetado… y querido»

El próximo 28 de mayo se cumplen 30 años de unas elecciones municipales que auparon al PP al gobierno municipal por primera vez en democracia

Se puede hablar de 'ambiente enrarecido' en Córdoba como preludio de las elecciones municipales de 1995 porque el entonces alcalde de Izquierda Unida, Herminio Trigo, se vio forzado a dimitir por ser condenado a seis años de inhabilitación debido a la contratación irregular de un gerente para el Gran Teatro, lo que fue considerado judicialmente como prevaricación. Pero tras dieciséis años en el poder, hasta la izquierda más beatífica acaba ensuciándose por los vicios humanos, lo que termina repercutiendo en la política y la ciudad. Y aunque la figura de Julio Anguita seguía siendo alargada entonces, lo que sí es verdad es que los tiempos cambiaban y los gobernantes locales no, instalados en la autocomplacencia que da la supuesta superioridad moral y el colchón de las redes ciudadanas proveedoras de voto fiel y cautivo.

Es más probable que en la hemeroteca de la prensa local única de la época - no éramos tan democráticos ni plurales, pardiez- todos esos antecedentes se retraten con la asepsia del dato justo que ni mancha ni huele, pero lo que sí parecía cierto y palpable en la calle que no pisaban los asesores municipales es que había un elevado hartazgo a pesar de los logros ,que los hubo, y la vida cotidiana de una ciudad que, en contra de lo que reza en su escudo, no se ha caracterizado por contar con guerrera gente.

Si en este contexto se suma un PSOE en el gobiermo nacional acorralado por lo que no es nada nuevo bajo el sol, o sea, la corrupción, resulta que las estrellas se alinean lo suficiente para que una figura un tanto desconocida se alzara con la alcaldía del hasta entonces llamado 'califato rojo'.

Esta semana quedamos con Rafael Merino López (Córdoba, 1959) para hablar un poco de todo aquello, de su mandato y sus concejales. La nostalgia hace de tamiz que filtra lo malo y también lo bueno, y el que fuera primer alcalde del PP en Córdoba tira de ella con su mirada de feliz recién jubilado, lo que no quita que durante sus recuerdos retrate un periodo de la historia local marcado por un enorme trabajo, sin dinero en la caja ni mayoría absoluta, pero con ideas y líneas claras que han marcado gran parte de lo que somos hoy.

Rafael Merino, ex-alcalde de Córdoba

Rafael Merino, ex-alcalde de CórdobaPablo Castillejo

- El Partido Popular rompió 16 años de mandatos comunistas. ¿Fue Córdoba una anomalía política o, en realidad, éramos todos de izquierdas y no lo sabíamos?

- No, no creo que Córdoba fuera una anomalía. Simplemente, son cosas que suceden a lo largo de la historia y de la vida política. En aquellas primeras elecciones, la ciudad votó mayoritariamente a la izquierda y emergió la figura de Julio Anguita, que marcó una etapa muy concreta. Personalmente, no considero que fuera una etapa especialmente productiva para Córdoba.

- ¿Qué ofrecía su candidatura que no lograron las anteriores, tanto de Alianza Popular como del Partido Popular?

- Creo que supimos generar ilusión, aportar una visión renovada y conectar con el hartazgo que se respiraba tras 16 años de gobiernos del Partido Comunista. La gente estaba desencantada; la ciudad había entrado en una especie de letargo y necesitaba otro ritmo, otro impulso. Estábamos ya a las puertas del año 2000 y, en ese contexto, se produjo un cambio de mentalidad en Córdoba.

- ¿Cómo fue aquella campaña y quiénes fueron clave para hacer llegar el mensaje del Partido Popular?

- Creo que fue, si se me permite la expresión, una campaña inteligente. Apostamos por una estrategia silenciosa, basada en el trato directo con la gente. Recuerdo que algunos compañeros de la candidatura me decían: «¿Para qué vamos a ir allí si no vamos a sacar ni un voto?». Y yo les respondía: «Vamos precisamente por eso; aunque no logremos un voto, si conseguimos cambiar la imagen que tienen de nosotros, ya habremos avanzado». Esa fue la esencia de la campaña: cercana, con muy pocos recursos económicos, pero con muchísima ilusión. Confiábamos en nuestras posibilidades porque ese contacto personal nos hacía sentir que algo estaba cambiando. No esperábamos un resultado tan bueno, pero yo sí notaba que había un ambiente favorable en la calle.

- ¿Cree que la izquierda había perdido el contacto con la ciudadanía?

- La izquierda estaba muy relajada, demasiado confiada. Pensaban que aquello era eterno, así de sencillo. Lo veíamos claro: en cada sitio al que acudíamos durante la campaña, estábamos solos. No había presencia suya, como si dieran por hecho que no hacía falta.

Confiábamos en nuestras posibilidades porque el contacto personal nos hacía sentir que algo estaba cambiando

- También era un partido distinto. Desde la refundación de Alianza Popular en 1989 hasta 1995, pasaron casi seis años. ¿Ese nuevo talante del centro-derecha le ayudó a conectar con sectores de la población a los que antes no se llegaba?

- Totalmente. Creo que esa fue una de las claves, y supimos transmitirlo, que era lo más importante. Por eso optamos por una presencia constante, pero discreta. Estábamos en todas partes, en silencio. Acudíamos a reuniones, visitábamos colectivos, y lo hacíamos sin llevar prensa. Y eso la gente lo valoraba muchísimo. Estaban cansados del político de la foto, del abrazo rápido y la salida apresurada. Nosotros hicimos justo lo contrario: dedicábamos tiempo, escuchábamos, sin cámaras, sin espectáculo.

- Una estrategia arriesgada, teniendo en cuenta que usted, hasta ese momento, era prácticamente un desconocido, ¿no?

- Totalmente. Así es.

- Y, en cierto modo, eso rompe una de las reglas básicas de cualquier campaña electoral, ¿no?

- Sí, pero fue una decisión consciente. De hecho, siempre que hablo con compañeros que afrontan campañas municipales, les doy el mismo consejo: silencio y trato directo con la gente. A nosotros nos funcionó muy bien.

- ¿Cree que hoy sería imposible repetir aquella estrategia con la presencia actual de las redes sociales?

- Totalmente imposible. Me alegro sinceramente de que en nuestra época no existieran las redes sociales. Prácticamente, ni siquiera había móviles. Fue otra forma de hacer política, mucho más directa y sin filtros.

- No obstante, para que aquel Partido Popular con 13 concejales pudiera gobernar, fue necesario algún tipo de entendimiento con el PSOE y la Diputación.

- En realidad, la clave fue que PSOE e Izquierda Unida no lograron ponerse de acuerdo. Recuerdo una anécdota muy clara: un día me llamó Juan Ojeda y me dijo, literalmente, «vas a ser alcalde». Yo le respondí: «Venga ya, no está el horno para bromas». Y él me explicó que un miembro del Partido Comunista le había confirmado que no habría pacto con el PSOE. «Así que vas a ser alcalde en minoría», me dijo. Fue un momento impactante. Además, me pilló solo, y aquello me marcó.

- ¿Qué recuerda de aquel momento, precisamente?

- La noche electoral fue un día precioso. Lo primero que me viene a la cabeza es la felicidad de la gente. Recuerdo cómo Javier Arenas se vino desde Sevilla a la una de la madrugada para celebrarlo con nosotros. El ambiente en el antiguo Hotel Palace fue realmente especial, muy emotivo. Y, enseguida, la sensación de una enorme responsabilidad. Es difícil de explicar, pero sentí de golpe el peso de lo que se venía encima. Pensé: «Ahora toca dar la talla y demostrar que uno es capaz de sacar adelante una ciudad de 300.000 habitantes».

- ¿Recuerda cuál fue la primera decisión que tomó como alcalde?

- Sí, fue el cese del jefe de la Policía Local. También decidí no firmar las cuentas. Había una situación muy distorsionada en el cuerpo, un problema serio que exigía tomar medidas inmediatas. No sé si lo recordarás, pero llegamos a ver ruedas de prensa en las que los agentes comparecían encapuchados para no ser reconocidos. Fue una etapa muy dura en la Policía Local, y era imprescindible actuar desde el primer momento.

- Al llegar a la Alcaldía, se encuentra con un Ayuntamiento heredado de la izquierda, con toda una estructura administrativa conformada durante años. ¿Eso es, quizás, más difícil que gobernar la ciudad en sí?

- Es algo que complica mucho las cosas. Además, había cierta expectativa de que íbamos a llegar arrasando, echando a todo el mundo. Pero no fue así. Es cierto que había personas que habían accedido a sus puestos bajo gobiernos de izquierda, pero también es verdad que muchos eran grandes profesionales, y con ellos no hubo ningún problema. Ahora bien, también hubo quienes, desde dentro, hacían oposición encubierta desde sus puestos. Y eso sí que fue complicado de gestionar.

- ¿Se encontró también con funcionarios y trabajadores municipales que le ofrecieron una colaboración que no esperaba?

- Me encontré con magníficos profesionales. De verdad, magníficos. Y muchos de ellos con unas ganas enormes de hacer cosas. Creo que nuestra legislatura se caracterizó por eso: por hacer muchas cosas en muy poco tiempo y sin apenas recursos. El Ayuntamiento estaba prácticamente en quiebra, por eso no firmé las cuentas. Si hubiese sido una empresa privada, estaríamos hablando de una quiebra técnica. Pero había que sacarlo adelante.

Hubo quienes, desde dentro, hacían oposición encubierta desde sus puestos. Y eso sí que fue complicado de gestionar.

También me encontré un Ayuntamiento sobredimensionado en personal, con muchas empresas municipales mal gestionadas. Y aquí discrepo con esa idea tan extendida de que una empresa pública no puede funcionar bien ni ser eficiente. Por supuesto que hay actividades que no están orientadas al beneficio, eso está claro. Pero al menos debe existir un equilibrio: no puede ser que una empresa pública sea, por definición, una máquina de perder dinero.

Creo que esa fue una de las grandes operaciones que hicimos, una especie de «cirugía»: gestionar lo público como si fuera privado, con responsabilidad, sabiendo que el dinero que manejábamos era el de los cordobeses. Porque eso de que «el dinero público no es de nadie», como dijo Carmen Calvo… bueno, basta con que llegue la campaña de la renta para que todos recordemos perfectamente de quién es ese dinero.

- ¿A dónde tuvo que acudir el alcalde Rafael Merino para conseguir financiación?

- Tuvimos la suerte de vivir una etapa en la que fue posible refinanciar préstamos. Y creo que fue clave que los bancos percibieran que en el Ayuntamiento había un gobierno con otra mentalidad, con una visión distinta y fiable. Eso generó confianza, y gracias a ello las entidades financieras nos facilitaron bastante la solución a los problemas económicos que arrastrábamos.

- ¿Sería capaz de recitar de memoria el primer equipo de gobierno?

- Claro que sí. Tuve la gran suerte de contar con un equipo de gobierno excepcional, al igual que con un magnífico grupo de concejales. Siempre lo he dicho y lo seguiré diciendo: un alcalde sin un buen equipo está condenado al fracaso.

Parte del equipo de gobierno del PP en el pleno constitutivo de julio de 1995, junto a Javier Arenas

Parte del equipo de gobierno del PP en el pleno constitutivo de julio de 1995, junto a Javier ArenasRafael Mellado/Archivo Municipal

- ¿Es posible gobernar con un solo asesor?

- Se gobernó con un solo asesor. Reventé a mi amigo Jacinto (Mañas), pero cumplí con un compromiso electoral: dije que sería uno, y fue uno. Aunque, siendo sincero, hoy quizás no repetiría exactamente lo mismo; probablemente diría tres, en lugar de uno. La verdad es que Jacinto se multiplicó por once.

- ¿Hasta qué punto ayudó que José María Aznar llegara al Gobierno en 1996?

- Fue determinante, sobre todo por la implicación de una figura clave para Córdoba: Álvarez Cascos. Su compromiso con la ciudad fue enorme a la hora de facilitar inversiones del Gobierno central. Y no fue solo porque estuviera casado con una cordobesa, no. Es que le tomó verdadero cariño a la ciudad, la conoció, la disfrutó y conectó con los cordobeses.

Para mí, su papel fue fundamental. Tener línea directa con el vicepresidente del Gobierno, con una llamada privada, era un privilegio. Y cada vez que le pedíamos algo, ahí estaba. Basta recordar el AVE Córdoba-Málaga, la autovía Córdoba-Málaga, la conexión con Antequera, los 3.000 millones para el río o el plan URBAN para el casco histórico, que fue una intervención tan necesaria como positiva.

Álvarez-Cascos junto a Rafael Merino, en un acto en Córdoba

Álvarez-Cascos junto a Rafael Merino, en un acto en CórdobaArchivo personal JM

- Se le recuerda especialmente por la reforma de la plaza de las Tendillas, pero lo cierto es que el Plan URBAN también dejó una huella importante.

- Claro, el Plan URBAN fue clave, al igual que la recuperación de los jardines de Veterinaria, el Plan Renfe, la calle Escultor Fernández Márquez… Pero más allá de las grandes actuaciones, yo siempre repetía una idea a mis concejales: el problema de un vecino es la farola que tiene delante de su casa. No nos equivoquemos. Si esa farola no funciona, ese es su gran problema, y ahí es donde debemos estar.

Tuve la suerte de contar con un equipo excelente, y especialmente con Rafael Rivas, que era un fenómeno. Escuchaba, era sensible y entendía muy bien lo que le transmitía. Porque, insisto, al ciudadano no le hables de grandes infraestructuras si no se siente atendido en lo más cercano. La política municipal es otra cosa. El vecino quiere sentirse escuchado, respetado… y querido.

- No fue un mandato fácil por muchos motivos, pero hubo dos acontecimientos especialmente duros que lo marcaron como alcalde y, supongo, también como persona: el atentado de ETA en la avenida Carlos III y el asesinato de las dos policías locales, que además ocurrieron con apenas unos meses de diferencia.

- Sí, fue todo con muy poco margen de tiempo. Uno en mayo y el otro en diciembre. No habíamos terminado de recuperarnos del primero cuando ya estábamos afrontando el segundo. Y eso se vive fatal, muy mal. Te puedo asegurar que, treinta años después, sigo acordándome de aquello prácticamente todos los días.

Cada vez que paso por esas zonas, lo revivo. Paso por Carlos III y aún tengo presente el olor a pólvora, el momento en que hubo que explosionar el coche a la una de la madrugada, con toda la zona desalojada. Es algo que se queda grabado.

Y lo de las policías… fue una barbaridad. Lo recuerdo perfectamente. Me llamó Andrés Luque, el jefe de escoltas, y me dijo: «Alcalde, vamos a por usted corriendo, ha habido un problema muy serio en la ciudad. Se lo contamos ahora». Y lo que nos encontramos fue algo... inexplicable, irrepetible. No se puede expresar con palabras.

Recuerdo el dolor de la gente, el funeral en la Catedral... Fue tremendo.

- También debió de haber instantes gratificantes. ¿Cuáles recuerda con más alegría?

- Más allá del hecho de alcanzar la Alcaldía —que, como ya he dicho, llegó de forma bastante inesperada—, lo más bonito para mí, sin duda, es que, treinta años después, sigo sintiendo el cariño de la gente. La gente me respeta, valora lo que hicimos, y eso… eso impacta. Es algo que emociona profundamente.

También hubo momentos muy buenos. Recuerdo, por ejemplo, el ascenso del Córdoba, justo el día antes del pleno en el que dejábamos la Alcaldía. O los ratos con los colectivos, las peñas, las asociaciones de vecinos... El día de los peroles, cuando íbamos de uno a otro. Las visitas a los ensayos de los costaleros en Semana Santa, que eran momentos muy especiales.

Merino entre José Mellado (PSOE) y Antonio Prieto Mehedero, entonces teniente alcalde de Seguridad y coordinador del grupo municipal del PP

Merino entre José Mellado (PSOE) y Antonio Prieto Mahedero, entonces teniente alcalde de Presidencia y coordinador de la campaña electoral del PPArchivo personal JM

Tuve la oportunidad de conocer a muchísima gente que trabaja por Córdoba en silencio. Y eso es algo que valoro muchísimo. Los patios… ¿qué te voy a decir de los patios? Son impresionantes, y más desde que fueron declarados Patrimonio de la Humanidad. Hay muchas personas que se desviven por esta ciudad sin pedir nada a cambio, y a menudo no se les reconoce como merecen. Eso también marca.

Lo más bonito para mí, sin duda, es que, treinta años después, sigo sintiendo el cariño de la gente.

- ¿Qué ocurrió para que, pese al trabajo realizado, no lograra revalidar el mandato en 1999?

- En realidad, sí se nos reconoció. De hecho, subimos un concejal: pasamos de 13 a 14. Aumentamos en votos y en porcentaje, pero nos faltaron 800 votos para alcanzar la mayoría absoluta. Y en aquella época, o tenías mayoría absoluta, o te ibas a la oposición.

Creo que hubo un exceso de confianza, tanto en el entorno como entre los votantes. Todo el mundo daba por hecho que íbamos a seguir, y yo fui el primero en advertir: «Cuidado, que esto puede darnos una sorpresa».

Y así fue. Más de uno me confesó después: «Perdóname, me fui ese fin de semana a la playa y no llegué a tiempo de votar». Las elecciones municipales en Córdoba, cuando coinciden con la Feria, son muy complicadas. Y si, como nos pasó, te toca el último fin de semana, es letal. El jueves mucha gente ya se ha marchado. Y en nuestro caso, esos 800 votos marcaron la diferencia entre gobernar y pasar a la oposición.

- ¿Qué echa de menos de aquella Córdoba?

- Echo de menos a mi equipo de concejales. Trabajamos mucho y bien, y además compartimos muy buenos momentos. También hubo tensiones, claro, pero nos entendíamos, sabíamos apoyarnos. Yo esa etapa la disfruté mucho… aunque también la sufrí. Fue intensa, pero muy gratificante.

- Después ha seguido en política, pero ahora ya está jubilado. ¿Ha sido el cargo de alcalde de Córdoba el que más le ha llenado personalmente?

- Sí, sin duda. Con diferencia. Ha sido el cargo que más me ha llenado, el que más ha marcado mi trayectoria política y el que me dio un reconocimiento tanto dentro como fuera del partido.

- ¿Cómo continuó trabajando por Córdoba tras dejar la Alcaldía?

- Intentando conseguir lo máximo posible para la ciudad, siempre desde el diálogo. Cuando el PSOE estaba en el Gobierno, hablaba con sus miembros para lograr cosas para Córdoba. Creo firmemente que esa es la manera más eficaz de hacer política: dialogar, sumar, y anteponer siempre los intereses de la ciudad a cualquier otra cuestión.

- ¿ Se ha roto el diálogo en la política actual en España?

- La política, ahora mismo, está fatal. Y no me gusta nada lo que estoy viendo. Sinceramente, creo que se están cometiendo errores que no deberían cometerse.

- ¿A qué errores se refiere, concretamente?

- Pues algo tan básico como que un presidente del Gobierno no llame al líder de la oposición, que además fue el ganador de las últimas elecciones generales. Eso no tiene nombre. Llevamos un año así, con los problemas que hay en este país.

Y luego, desde las administraciones se está jugando demasiado con la ideología. Se ayuda a unos por afinidad política y se margina a otros por no compartirla. Eso no puede ser.

Yo viví una etapa distinta de la política, y me alegro profundamente de que entonces no existieran las redes sociales. Era una época en la que todavía pesaba mucho la ilusión por sacar adelante la democracia. Había una voluntad real de construir.

La política, ahora mismo, está fatal. Y no me gusta nada lo que estoy viendo.

Y sí, tuve una oposición muy dura en el Ayuntamiento. Muy dura. Había verdaderos «animales políticos», en el buen sentido de la expresión. Pero era otra política: podíamos decirnos barbaridades en un pleno y, después, sentarnos a hablar. Hoy eso no ocurre.

Echo mucho de menos esas «líneas calientes» entre los dos grandes partidos, esa comunicación directa que considero clave. Porque eso es fundamental, no solo para la política, sino para el bien de España, de cualquier comunidad, o de cualquier ciudad.

- Ese malestar del que habla en la política actual parece haberse trasladado también a la sociedad. Se escucha mucho una frase: «Éramos más libres y más felices en los años 90». ¿Está de acuerdo?

- Sí, creo que éramos más libres, más felices… y también más limpios, en muchos sentidos. Hoy sales a la calle y se nota la tensión en el ambiente. Me sorprende mucho, sinceramente. Eso no lo vivíamos en los años 90.

Y eso que aquella etapa no fue precisamente tranquila. La tensión entre Aznar y González no era ninguna broma, y los casos de corrupción al final del gobierno de González tampoco. Pero el ambiente era otro. Se respiraba distinto en la calle. Hoy todo está mucho más enrarecido, más contaminado.

Antonio Preito Mahedero, Rafael Merino y Jacinto Mañas, en la actualidad (Mayo 2025)

Antonio Preito Mahedero, Rafael Merino y Jacinto Mañas, en la actualidad (Mayo 2025)Pablo Castillejo

- Hablábamos antes del papel de las redes sociales y de cómo ha cambiado la política. Nuestro alcalde actual es muy activo en ellas. Pero, más allá de eso, ¿qué valoración hace del segundo mandato de José María Bellido?

- Si tengo que resumirlo en una palabra: espectacular. Así lo pienso. Tuve la suerte —y siempre lo diré— de formar parte de la delegación que presentó en el Ministerio de Defensa el proyecto de la base logística para Córdoba. Escuché la intervención del alcalde, de los técnicos, de todos los que hablaron… y me pareció brillante.

Creo sinceramente que Bellido está transformando esta ciudad. Se lo dije el otro día: dentro de 15 años, Córdoba va a ser irreconocible. Lo que viene es impresionante. Estamos convirtiendo a Córdoba en una ciudad industrial del siglo XXI, con empresas tecnológicas punteras que están apostando por venir aquí.

Eso va a suponer un salto enorme. Antes nuestros hijos tenían que irse fuera a buscar trabajo. Ahora, los hijos de muchos van a venir a Córdoba a trabajar. Y no en cualquier cosa: hablamos de empleo de alto nivel, con una cualificación profesional importante. Eso es lo verdaderamente bueno.

- Pero en su etapa también quedó claro que el cambio, desde una posición moderada, podía dar resultados reales.

- Exactamente. Y con mucha ilusión y muchísimo trabajo. Mis concejales trabajaron como locos, lo dieron todo. Y sí, se puede hacer. Claro que se puede. Lo importante es tener una visión clara, saber hacia dónde quieres llevar la ciudad. Esa es la clave.

Nosotros lo teníamos claro. Sabíamos lo que queríamos hacer con Córdoba. Nuestro proyecto era ambicioso, transformador. Si hubiéramos tenido una segunda legislatura, habríamos puesto la ciudad literalmente patas arriba. Lo teníamos todo planificado: los grandes proyectos estaban listos para arrancar.

Rafael Merino

Rafael MerinoPablo Castillejo

- ¿Sigue viviendo en Córdoba?

- Sí, sigo viviendo en Córdoba. De hecho, nunca he dejado de vivir aquí. Por razones de trabajo pasé mucho tiempo en Madrid, pero siempre mantuve mi residencia en Córdoba. Cada fin de semana volvía.

Y, te digo una cosa, cuando estás fuera, echas de menos esta ciudad. Sobre todo por la tranquilidad y la comodidad que ofrece. Siempre que viene alguien de fuera, le doy el mismo consejo: que se olvide por un momento de los servicios públicos y se dedique a patear Córdoba. Que camine, que la sienta. Es la única forma real de comprenderla. Y después, siempre me lo agradecen. Porque quien conoce Córdoba... vuelve.

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