El Papa jurista
«Un Papa con mentalidad jurídica no legisla con ocurrencias. No se deja llevar por el humo blanco de la emoción»
Por fin tenemos Papa nuevo. León XIV. Qué nombre tan de época dorada, de tiaras y bulas. Un nombre con resonancia medieval, aunque el hombre, dicen, es más moderno que un contrato por Zoom. Y, para colmo, jurista. Un Papa jurista. ¡Se nos alinearon los planetas a los que vemos el mundo en términos de artículos, cánones y precedentes!
Ahora bien, antes de que alguien en Roma me llame al orden (y no precisamente litúrgico), debo dejar claro que mi entusiasmo no es una adhesión incondicional, sino más bien una fascinación académica. Porque, seamos sinceros: ¿cuántas veces se nos presenta la ocasión de ver a un especialista en Derecho doctorado, con mención magna cum laude, subido al balcón de San Pedro diciendo «buonasera»?
Empecemos por lo básico, que aquí hemos venido a opinar con fundamento. La elección del Papa está regulada por un compendio nada desdeñable de normas canónicas, comenzando por la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, de Juan Pablo II, y luego actualizada por el propio Benedicto XVI (a quien, por cierto, le debemos la interesante figura del Papa emérito, que aún coletea en el ámbito canónico). No estamos ante una reunión improvisada de ancianos piadosos. No, señor. Esto es Derecho con todas las letras.
El cónclave es un procedimiento jurídico-religioso que haría salivar a cualquier procesalista. Encierro, voto secreto, mayorías cualificadas, escrutinios sucesivos, juramentos, sigilo extremo, fórmulas litúrgicas específicas y hasta la intervención del Espíritu Santo.
¿Y qué pasa ahora, que el elegido sabe de leyes? Aquí empieza lo sabroso. Porque el nuevo León XIV no es solo un teólogo (eso viene de serie), sino un jurista. Doctor en Derecho Canónico, y también licenciado en Matemáticas. O sea, alguien que entiende tanto de excomuniones como de divisiones. Un híbrido raro.
¿Puede esto cambiar algo? Yo creo que sí. Un Papa con mentalidad jurídica no legisla con ocurrencias. No se deja llevar por el humo blanco de la emoción. Va al texto, al precedente, al canon. Es posible que asistamos a una etapa de mayor rigor en la interpretación normativa eclesiástica. Quizá incluso a una depuración de la maraña legislativa que arrastra el Código de Derecho Canónico de 1983, que buena falta le hace. Hay tantos motu proprios contradictorios en los últimos años, que uno ya no sabe si confesar en sábado es obligatorio, recomendable o simplemente vintage.
Y, si me apuran, este Papa podría abordar de frente una reforma del proceso penal canónico, ese que ha sido tan duramente criticado en los escándalos recientes. Un jurista sabe que, sin garantías procesales, sin claridad tipológica y sin un régimen sancionador comprensible, el Derecho deja de ser justo y se convierte en un instrumento arbitrario. ¿Se atreverá León XIV a meter mano ahí? No lo sé. Pero al menos sabrá por dónde empezar.
También es destacable que, siendo jurista, no ha querido alterar ni una coma del protocolo de su elección. Respetó todos los pasos como si de una oposición se tratara: los juramentos, los tiempos, los escrutinios, el encierro... Hasta la elección del nombre (León) parece pensada con intención canónica, pues remite a pontífices reformistas, de doctrina fuerte, que supieron decir «non possumus» cuando tocaba. León I plantó cara a Atila; León XIII a la cuestión obrera. Este XIV parece querer encarar el lío jurídico que tiene la Curia con las reformas que nunca llegan.
No olvidemos que en el Vaticano las formas son fondo. Y un jurista, incluso con sotana, lo sabe. Por eso su elección ha tenido ese sabor clásico, romano, casi operístico, sin que por ello parezca anacrónica. Es la ceremonia de investidura del poder absoluto más antigua del planeta, y sigue funcionando. ¡Eso sí que es resiliencia institucional!
Puede que este Papa no cambie el dogma (que no debe), pero sí el modo en que se aplica. Y eso, créanme, es más revolucionario de lo que parece.
¿Que si me fío de él? Bueno... un Papa que conoce el canon por dentro, parece que tendremos.
Así que sí: yo me declaro canónicamente esperanzado. Porque un Papa que piensa como legislador, habla como jurista y actúa como pastor... puede ser justo lo que necesita esta Iglesia.