La última oración
«Córdoba indicaba que los abuelos maternos del Papa eran naturales de la ciudad, basándose para ello en la efectiva técnica del yo-llegué-primero combinada con un directo y efectivo porque-yo-lo-valgo»
Tras el nombramiento del nuevo Papa, León XIV, y conocerse que tenía ancestros españoles, se desató un curioso fenómeno que perdura estos días: su reparto en vida. Si antaño santos o padres de la Iglesia dejaban reliquias después de la muerte, asistimos por primera vez a la reivindicación de porciones de pontífice vivo para una región o provincia. Donde en el pasado había huesos, cabello o sangre, ahora hay cromosomas ligados a un árbol genealógico que parece desdoblarse a través de ramas desconocidas e incesantes, allá donde brotan los trastrabuelos, los trasbisabuelos e incluso de seguir así los retatarabuelos, que son ya como una ametralladora de antepasados apostada en la línea Maginot de la herencia.
De esta forma, tal y como Miami nos confirmó, Puerto Rico nos regaló y Dominicana repicó, Córdoba indicaba que los abuelos maternos del Papa eran naturales de la ciudad, basándose para ello en la efectiva técnica del yo-llegué-primero combinada con un directo y efectivo porque-yo-lo-valgo. Curiosamente, se trata de la ciudad que con pruebas más que sólidas no hace nada por reivindicar para sí a Miguel de Cervantes. Huelva contraatacaba con los bisabuelos una vez a los abuelos se los había apropiado Córdoba. Castilla y León le quitaba inmediatamente los abuelos maternos a Córdoba. ¿Podría tener el Papa raíces extremeñas?, señalaba un titular que en el desarrollo de la noticia, sin embargo, endosaba un ancestro, como eslabón perdido, a Málaga, y otro nacimiento de homo antecessor del Papa como bisabuelo nacido en un barco. Esto vendría a demostrar que León XIV viene de Cáceres o Badajoz, o como mucho de Don Benito-Villanueva cuando Don Benito estaba por su lado y Villanueva por la otra. Los últimos en participar en el fenómeno son los canarios, que reclaman a los bisabuelos maternos del Pontífice, cuyo nombre papal en silbo gomero es Fiuuuuuu FiiiuuiiIV.
La España de las autonomías, que a la postre siempre es la Iberia de los reinos de taifas, era, en realidad, esto, un club de fans de los Estados Pontificios, con regiones y comarcas comportándose como seguidoras noventeras de Back Street Boys. Si el Papa llegase al aeropuerto, ahí estarían desgañitándose con pancartas que remitiesen al terruño y con adolescentes gorditas intentando arrancarle un brazo al natural de Chicago al que destinaron al Chiclayo quizá por una broma interna del Vaticano o una confusión debido a la cacofonía.
España, evangelizadora de la mitad del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio, y ahora devoradora del genograma de León XIV. La antigua Casa de María siente que la comunión con un pentabuelo del actual Papa quizá la redima del ninguneo del anterior, quien jamás pisó su tierra, miró hacia otro lado con respecto a numerosas profanaciones y puso a los pies de los caballos la cruz más grande del mundo. Quizá todos estos hechos no sean sino formas subrepticias y poco acostumbradas de pedir auxilio por ese abandono, fruto de algo más grave: una apostasía casi general por parte de su población. He ahí la reliquia inversa, aún en vida: ¿podrá redimirnos un primo segundo del concuñado del pentabuelo de León XIV, natural de Sigüenza, aunque disputado su nacimiento en seguida por Azuqueca de Henares?
Se percibe en este ansia una extrañísima súplica, la plegaria de una nación perdida que no sabe ya rezar e intenta componer, con balbuceos y dudas, su última oración.