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Representación de la obra de teatro 'La ratonera' de Agatha Christie

Representación de la obra de teatro 'La ratonera' de Agatha Christie

Picotazos de historia

El crimen real que inspiró 'La ratonera' de Agatha Christie

Esta obra tuvo como origen y fuente de inspiración una tragedia que conmovió a la sociedad británica y que entonces se conoció como «el caso O’Neill»

El 30 de mayo de 1947, la BBC británica emitió una breve obra radiofónica que una conocida autora de novelas de misterio había escrito con motivo del cumpleaños de la reina María de Teck, esposa del rey emperador del Reino Unido y la India Jorge V.

La pequeña obra de misterio se titulaba Tres ratones ciegos, y el nombre de su autora era Agatha Christie. La novelista vio mayores posibilidades y decidió desarrollar la breve obra, transformándola en una obra de teatro. Pero ya existía una obra teatral inscrita con ese título, por lo que tuvo que buscar uno nuevo. Decidió titularla La ratonera.

La obra se estrenó en Londres en 1952 y ha sido representada ininterrumpidamente (excepto durante el episodio del COVID-19). Más de 30.000 representaciones. Agatha Christie regaló los derechos de autor a su nieto, cuyo padre había muerto durante el desembarco de Normandía.

Pero esta obra tuvo como origen y fuente de inspiración una tragedia que conmovió a la sociedad británica y que entonces se conoció como «el caso O’Neill». Estos sucesos se produjeron en 1945 y fueron ampliamente seguidos por la sociedad y por una prensa que divulgó detalles y testimonios de una crudeza que hoy sería muy difícil de encontrar.

Los sucesos se inician el 30 de mayo de 1945. Ese día, el tribunal de menores de la población de Newport puso a los hermanos O’Neill (Dennis, de 12 años; Terence, de 9; y Frederick, de 7) bajo la tutela del concejo del distrito. Los motivos para privar de la patria potestad a los padres fueron «que no estaban en condiciones de aportar los cuidados y atenciones que requerían». El informe remite a las fichas policiales del matrimonio y no da más datos al respecto.

El pequeño Frederick fue enviado a casa del matrimonio Pickering. Estos, a pesar de un apellido tan propio de una novela de Dickens o de Bernard Shaw, dieron todo el amor y los cuidados que pudieron —que fue mucho— y acabarían adoptando al niño, que tuvo una vida feliz. Él fue afortunado.

Los hermanos mayores quedaron bajo el cuidado del matrimonio Gough, formado por Reginald, de 31 años, y su esposa Esther, de 29, quienes eran propietarios y trabajaban la granja Banks Farm, situada a las afueras de la población de Minsterley, en el condado de Shropshire, adonde se delegó la tutela de los dos hermanos.

El 9 de enero de 1945 —día del desembarco de los norteamericanos en Luzón, en las Filipinas—, hacia la una de la tarde, el médico local, señor Halloway Davies, recibió una llamada de la señora Gough. La mujer, muy nerviosa, informó de que el mayor de los hermanos estaba teniendo un ataque.

Dos horas y media más tarde, el doctor firmaba el certificado de defunción del niño, dejando constancia del lamentable estado en que se lo encontró y de que el menor había muerto entre cuatro y seis horas antes de que él llegara a la granja.

El subsiguiente informe del forense fue demoledor y provocó que el juez del distrito, con fecha de 3 de febrero, declarara una acusación y orden de arresto inmediata del matrimonio por homicidio involuntario y malos tratos continuados. El informe forense dictaminaba que Dennis O’Neill, de 12 años de edad, había muerto debido a un fallo cardíaco, consecuencia de unos fuertes golpes que había recibido en el pecho.

El pequeño tenía el cuerpo cubierto por hematomas que reflejaban que era habitualmente azotado. Los pies del niño estaban muy ulcerados, consecuencia de una grave desnutrición producida por una alimentación muy deficiente a lo largo de meses. La tabla de peso para un niño de su edad está entre los 40 y los 42 kilogramos. Dennis apenas pesaba 27 al morir.

El 13 de febrero se inició el procedimiento penal, y el 15 de marzo dio inicio el juicio en la sala de lo penal de Stafford, capital del condado de Shropshire.

Se llamó a declarar a Terence, quien relató cómo presenció la agonía y muerte de su hermano, a quien tuvo abrazado a lo largo de la noche hasta que falleció. También dio una detallada declaración de lo que había sido su vida desde el momento en que fueron entregados al cuidado de la familia Gough, quienes recibían del comité del condado una libra semanal por cada niño.

El relato de los castigos y las privaciones que sufrían continuamente fue espeluznante. Terence explicó cómo habían sido instruidos sobre qué tenían que decir a los funcionarios que visitaban la granja para comprobar el estado de los niños, y la narración de los últimos tres días de vida de Dennis, contada por el hermano superviviente —les repito: de nueve años de edad—, hizo que el público viera cómo al juez, cuyo rostro permaneció inmutable a lo largo de todo el juicio, se le crisparan los puños varias veces.

No les haré pasar por la atroz narración de los hechos; hoy no se permitiría publicar la declaración del menor. Suficiente es que les diga que la última paliza que recibió el niño fue por haber tenido el atrevimiento de morder un colinabo (variedad de nabo), impelido por el hambre que tenía.

El jurado tardó exactamente veinte minutos en declarar culpable al matrimonio. Esther Gough fue condenada a seis meses por maltrato, teniendo en consideración la circunstancia del temor que ella sentía por su violento marido. Reginald fue condenado a seis años de prisión, pena que fue elevada a diez por el tribunal de apelación, que consideró la anterior como demasiado benévola.

El escándalo que provocó el caso Dennis O’Neill, como ya se le conocía, dio lugar al llamado Informe Monckton, en relación con el internamiento de niños, y a la Ley de Infancia de 1948, que regulaba con más cuidados e imponía nuevos deberes a las autoridades respecto al cuidado de los menores desasistidos puestos bajo su tutela.

En el año 2010, Terence (Terry) O’Neill publicó un libro autobiográfico donde relató todos los sucesos de su infancia. El título del libro fue Alguien que nos quiera.

Desde luego, yo no volveré a disfrutar de la obra de teatro sin que me venga a la cabeza la triste historia de los hermanos O’Neill.

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