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Emmanuel Macron, durante una visita cultural el pasado jueves en París

Emmanuel Macron, presidente de Francia en una foto de archivoEFE | Christian Hartmann

Macron pierde definitivamente la iniciativa política un año después de la disolución fallida de la Asamblea Nacional

El presidente francés solo dispone de cierto margen de maniobra en política exterior, poco útil cuando el escenario político está paralizado

«Un fracaso sin paliativos». Sophie de Ravinel, antigua grand reporter política de Le Figaro y hoy tertuliana en el influyente canal televisivo Public Sénat, define con claridad, preguntada por El Debate, el resultado de la inesperada disolución de la Asamblea Nacional decidida por Emmanuel Macron la noche misma de las elecciones europeas hace exactamente un año.

Poco antes de las diez de la noche del 9 de junio de 2024 el presidente de Francia, tras conocer el triste resultado de los partidos tradicionales —especialmente la lista encabezada por su candidata, Valérie Hayer, con menos del 15 % de los votos— anunciaba la convocatoria de elecciones legislativas anticipadas. Oficialmente para «clarificar» un escenario político ya por entonces algo enquistado.

Una decisión que fue interpretada como un auténtico terremoto institucional. Bastaba con ver, sin ir más lejos los rostros desencajados del entonces primer ministro, Gabriel Attal, y de la todavía presidenta de la Asamblea Nacional, Yaël Braun-Pivet, en una instantánea tomada por Soazig de La Moissonière, fotógrafa oficial de la Presidencia de la República, cuando Macron anunciaba su decisión a las altas autoridades del Estado. Una instantánea que, por cierto, su autora ha retirado desde entonces de su cuenta de Instagram. Como si no quisiera desagradar a su jefe a la vista del resultado cosechado.

Mas este episodio gráfico es solo un detalle; revelador, pero un detalle. La cruda realidad hoy en día es que Macron ha perdido la iniciativa política, salvo, precisa De Ravinel, «en política exterior; es una baza para él pero, [a título de ejemplo], la reciente victoria de [Karol] Nawrocki en Polonia puede debilitar sus planes». Le quedaría, a corto plazo, la propuesta para reconocer oficialmente a Palestina que presentará dentro de unos días en Nueva York, «pero no será suficiente [si sale adelante] para recuperar terreno en política interior». Pues los franceses están más preocupados por la situación de sus bolsillos y por la de una deuda pública que se agranda según pasan los días.

Todo ello en medio de un deterioro político e institucional evidente, fruto todos ellos de los errores cometidos por Macron desde aquél fatídico 9 de junio de 2024. El más grave de todos ellos el resultado de unos comicios que han fragmentado como nunca desde el régimen de la IV República (1947-1959).

Ni el macronista partido Renaissance (vaya nombre para un presidente en decadencia) controla el Parlamento —ni aliándose con el resto de formaciones moderadas lograría controlar la Asamblea Nacional— ni el «cordón sanitario» tendido entre las dos vueltas contra los candidatos de la lepenista Agrupación Nacional impidió que ese partido alcanzase los 114 escaños, lo que le convierte en fuerza imprescindible.

Ese tablero parlamentario desembocó en otro grueso error de Macron: la tardanza —so pretexto de tregua olímpica— más de dos meses entre principios de julio y mediados de septiembre, en nombrar a un jefe de Gobierno. Al final, el elegido, el ex comisario europeo Michel Barnier, fue derrocado poco antes de Navidad y sustituido por el centrista François Bayrou, apoyo de Macron desde 2017. El problema es que, señala De Ravinel, «el preferido del jefe del Estado para ocupar el cargo era el titular de Defensa, Sebastien Lecornu». Pero Bayrou ganó el pulso.

Una victoria que no ha sido de gran utilidad, pues el primer ministro, de 74 años y cuyo nombre se asocia —sin consecuencias judiciales, de momento— a un escándalo de abusos sexuales en un colegio católico, sigue sin presentar Presupuestos. Es muy probable, además, que tenga que someterse a una moción de censura en otoño en medio de una rentrée social que promete ser animada en las calles de Francia. La parálisis política, pues continúa, y no son los amagos de referéndum lanzados desde el Elíseo sobre inmigración o eutanasia los que van a ponerle fin.

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