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El astrolabioBieito Rubido

El pecado original de Sánchez

Con ese caldo de cultivo, el aroma a corrupción pronto tenía que manifestarse y como el pus retenido en cualquier cuerpo, era inevitable que reventase

Actualizada 10:28

Pedro Sánchez nunca debió llegar a la Presidencia del Gobierno de España. Nunca. La moción de censura que le sirve de atajo se basó en una morcilla introducida por un juez fabulador, de conocida inclinación izquierdista, que más tarde fue anulada por el Tribunal Supremo. En ese momento, el PSOE, liderado por Sánchez, había alcanzado la marca electoral más negativa de su historia, apenas 84 escaños. Había descendido de los 90 de la anterior consulta. Es decir, jamás tuvo el favor del pueblo español. Jamás. Tuvo que repetir convocatoria electoral en noviembre de 2019, y en las de abril no le permitían gobernar y, finalmente, en el 2023, en una fecha casi imposible, en plena canícula, con media España desmovilizada, con la sombra del voto por correo, perdió las elecciones. Es decir, los españoles no le quieren, se ponga como se ponga.

El resultado de julio fue muy claro. Lo normal, ante la imposibilidad de que la primera fuerza, el Partido Popular, pudiese formar gobierno, sería convocar nuevamente a los españoles. El sabía que eso supondría una derrota mayor y optó por llevar a cabo una alianza con cinco partidos independentistas, cuyo fin último es destruir España. Apenas suman millón y medio entre los cinco. La cuestión es que esas formaciones con las que forja el pacto de investidura secuestraron la política española y ahora somos un país sin presupuesto, sin proyecto de futuro y prácticamente inoperante en materia legislativa. El pacto incluye una auto amnistía que merece el reproche y el rechazo de todos los juristas europeos y evidencia la carencia de un compromiso con la sociedad española por parte de Sánchez y los suyos. No solo arrastra a España al abismo, sino también a su propio partido, que va a tener muy difícil el reconstruirse y presentarse ante los españoles como una alternativa.

Pedro Sánchez y Mariano Rajoy dándose la mano tras la moción de censura de 2018

Pedro Sánchez y Mariano Rajoy dándose la mano tras la moción de censura de 2018EFE

El pecado original de Pedro Sánchez es querer gobernar a cualquier precio. Lo fue en la moción de censura y lo fue todavía peor tras la derrota de julio de 2023. Su mayor falta es no aceptar la democracia y la evidencia de que no goza del apoyo de la ciudadanía. Al no admitir ese veredicto de la ciudadanía se empecinó en gobernar con el apoyo de antiguos terroristas, golpistas e independentistas insolidarios y xenófobos. Con ese caldo de cultivo, el aroma a corrupción pronto tenía que manifestarse y como el pus retenido en cualquier cuerpo, era inevitable que reventase. Vivimos en el tiempo de la trasparencia y Sánchez cree todavía que se puede mover cual aprendiz de brujo en medio de las tinieblas. En él todo es confusión y sospecha: su tesis plagiada, el presunto amaño de votos en las primarias, la morcilla inspirada y extemporánea de Ricardo de Prada, su mujer, su hermano, sus hombres de confianza…

Solo los intereses personales y la carencia de una visión de la política de altura moral explica, que nunca justifica, lo que este hombre ha hecho en España: llevarla a la más absoluta de las polarizaciones. Cuando pase el lapso de tiempo suficiente, habremos comprobado que todo lo que tocó lo pudrió. Lo peor, sin embargo, fue su utilización de la herencia de Zapatero para seguir ahondando en las dos Españas. Su herencia no puede ser peor. Si le preocupaba como pasaría a la historia, aunque todavía es pronto, seguramente no será benévola con él. Pasará a la historia como uno de los peores gobernantes en siglos. Principalmente, porque gobernó contra los propios españoles.

¿Cómo le pueden seguir votando? Justamente porque ahonda la brecha del odio y de la confrontación. Algo reprobable en toda sociedad civilizada que se precia como tal, y muy especialmente en España, donde los antecedentes históricos habían aconsejado a nuestros dirigentes trabajar la concordia y el respeto al Estado de derecho. Su cosecha es la de la confrontación. A nada que un votante suyo se detenga a reflexionar sobre el estado de cosas de la España actual, debería, al menos, abstenerse. España necesita una alternativa democrática que recomponga la malherida convivencia entre unos y otros.

¿Cómo pueden existir personajes que le acompañen en esta desventura? Por intereses personales. El mundo, desengáñese el lector, se mueve por intereses personales. Pilar Alegría, María Jesús Montero o Félix Bolaños no hubiesen sido ministros si se aplicase un mínimo estándar de contraste con países de nuestro entorno. Hay una legión de cargos y altos cargos que en la vida soñaron con estar donde están. Ni su preparación intelectual ni su trayectoria les avalan para llegar a ese lugar. Los intereses personales. El mismo Escrivá no hubiese llegado nunca al Banco de España. Solo la bajísima exigencia, derivada del sectarismo político que sufrimos, explica esta colección de incapaces en el gobierno de la nación. Así se explica la contumacia de García Ortiz, a quien todos su compañeros, salvo alguna beneficiada por él, lo señalaba como el peor fiscal general de la historia democrática, desde 1977 hasta nuestros días. Pero ¿de quién depende el fiscal general? Pues eso. Intereses personales. El bien común y el interés general han quedado aparcados desde mayo de 2018 en la política española.

La personalidad de Sánchez, que desconoce las barreras morales en la vida y en la política, le van a llevar a perseverar en el error. Se quedará en la Moncloa y el final será mucho peor para él, para su partido y para España. Mientras, estaremos en el patio de butacas, como espectadores pasivos, sufriendo el espectáculo del desmoronamiento del edificio sanchista. El problema es que los cascotes de esa ruina puede cazar a muchos justamente debajo de él.

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