El juez Peinado y el corcel de Espartero
Acosado por un Poder Ejecutivo de vocación autocrática y que no respeta la separación de poderes, el veterano magistrado ha dejado a Bolaños temblando
Impera entre el gran público una soberbia adanista e iletrada, que nos lleva a pensar que el mundo ha comenzado con nosotros. No reparamos en lo cerca que está un pasado que consideramos remoto. El siglo XIX nos parece ignoto, pero en realidad los bisabuelos de las personas de mi quinta vivieron en él.
El XIX fue un siglo muy convulso para España, un carrusel de disgustos. Se abre con la durísima Guerra de Independencia contra Napoleón y luego llegan las de las colonias, las tres guerras carlistas, la estrafalaria Primera República… Como cierre, el asesinato del competente estadista Cánovas a manos de un anarquista y el desastre del 98 con el final del Imperio. Pero si pidiésemos a los parroquianos de cualquier bar que nos citasen un par de hechos relevantes del XIX, probablemente buena parte de ellos se quedarían en blanco. Tenemos la educación que tenemos... Memoria de pez.
Personajes importantísimos en su tiempo hoy languidecen en el olvido. Tal es el caso del general manchego Joaquín Baldomero Fernández-Espartero Álvarez de Toro, fallecido en 1879 y que llegó a ser regente de España y presidente del Consejo de Ministros. Hoy nos acordamos más de su brioso caballo que del propio jinete.
Hace 143 años, el Gobierno de Sagasta promulgó una ley para levantar por suscripción nacional una estatua ecuestre en Madrid en honor a Espartero. Se ubicaría en la confluencia de las calles Alcalá y Vicálvaro (ahora O’Donnell). Ganó el concurso un escultor tarraconense, Pablo Gibert Roig, y el magno homenaje escultórico fue fundido en un taller de Barcelona (una vez más, se ve que Cataluña está siempre imbricada en el corazón de España, como no puede ser de otra manera).
La estatua, que continúa en pie mirando al Retiro, cobró fama enseguida. Pero no por el augusto porte de Baldomero Espartero con gesto victorioso y ataviado de gala. El pueblo español, siempre amigo de la anécdota y la desmitificación, reparó más bien en otro asunto: los poderosos atributos del corcel, cuyo diámetro ha sido fijado en 23 centímetros por un estudioso (hay gente para todo tipo de saberes). La hipertrofia del aparataje del équido animó muy pronto la frase «los tiene como el caballo de Espartero». Esa cita es sinónimo de valentía, arrojo, gallardía ante las dificultades.
Si en España se instituyesen unos Premios Caballo de Espartero, muchos españoles otorgaríamos el galardón al juez Juan Carlos Peinado, que a sus 70 años está resistiendo el acoso constante del Ejecutivo por haberse atrevido a investigar el comportamiento irregular de Begoña Gómez desde la Moncloa, que fue posible por estar casada con el presidente Sánchez. Peinado ha sido insultado por varios ministros, empezando por la ganadería de los Óscar, López y Puente, que le han llamado directamente «prevaricador» y «mentiroso». Peinado ha recibido la embestida directa de Sánchez, que se querelló contra él sin éxito utilizando el ariete de la Abogacía del Estado. Y Peinado ha soportado el desdén, las risitas y los ataques del tertulianismo sanchista.
Pero el veterano juez, que formaba parte de la grisura de su carrera y no era ningún divo de la toga, ha mantenido el tipo y está defendiendo su libertad para hacer su trabajo; y por ende, la de todos sus colegas del poder judicial.
Ahora se ha atrevido con la caza mayor. Apunta de manera bastante razonable a Bolaños, debido a su vidrioso papel en la contratación de la funcionaria monclovita que fue puesta al servicio de los negocietes de Begoña Gómez. Bolaños es a todos los efectos el vicepresidente del Gobierno (Sánchez, antítesis del feminista que proclama ser, siempre ha gobernado en plan pandi de chicos, primero con Ábalos e Iván Redondo y ahora con su Félix). El Supremo tendrá que decidir si da pábulo o no a las apreciaciones de Peinado, pero el envite está ahí.
Bolaños compareció a las siete de la tarde desde el Congreso, en una alocución especial destinada a zumbarle al juez, algo que jamás debería permitirse siendo el ministro de Justicia. Pero a efectos de pulcritud democrática esto ya es la Venezuela de Chávez. En su alocución repitió varias veces que siente «una tranquilidad absoluta». Tanta que allí estaba, en una comparecencia de urgencia y a palo limpio contra el juez, porque le ha dado en plena línea de flotación. Bolaños desacreditó la labor de Peinado y se le calentó la boca al añadir el siguiente colofón: «Por eso estoy dedicado en cuerpo y alma, todas mis horas despierto, a reformar la justicia de este país».
Ahí se delató el comisario político: estoy en cuerpo y alma dedicado a reformar la justicia... para que los jueces ya no puedan enjuiciar al poder Ejecutivo «progresista» cuando incumpla la ley. Mientras el sanchismo se hunde por el lastre de una costra de mugre, este peligroso burócrata está embarcado en un plan para convertir la carrera judicial en una colección de afines de izquierda y para otorgar la instrucción a los fiscales. Y ya saben: «¿De quién depende la Fiscalía? Pues eso».
Peinado, y muchos togados conocidos y desconocidos, están partiéndose la cara frente a un autócrata vocacional para salvar el imperio de la ley en España. Por eso aplaudimos y animamos al juez Peinado, incluso con sus humanos errores.
Una idea comercial para quien quiera ganar una pasta este verano. El primer emprendedor que lance unas camisetas con el careto del juez y un «¡Viva Peinado!» serigrafiado, se va a forrar. Acosado y fustigado por un Ejecutivo de vocación despótica y que no respeta la separación de poderes, el curtido magistrado ha dejado al chuleta Bolaños sudando frío. Lo tiene ya con los pelos de punta sin necesidad de recurrir al despeinado de laca y diseño de cada mañana. Qué tío. Ni el caballo de Espartero...