Vientos de cambio en España
La mayoría de los españoles quiere un cambio, pero el PP y Vox deben saber interpretarlo y conseguirlo
La suma de PP y Vox está en una horquilla de entre 183 y 187 escaños, en una casi abrumadora mayoría absoluta, según el sondeo de Target Point que hoy publica El Debate. La rotunda victoria del PP en porcentaje de voto y diputados se estabiliza en un máximo de 144 actas y la de Vox se consolida hasta aspirar a las 43, en un claro indicio del deseo imparable de cambio que vive la sociedad española.
En realidad, no es una novedad. El aparente vigor del PSOE de Sánchez es una ficción, compensada por su temeraria disposición a sumar con quien sea, a costa de lo que sea, para compensar la frialdad con que una inmensa mayoría de españoles tratan al actual presidente del Gobierno, un perdedor reincidente que no duda en perpetrar auténticos cambalaches indignos, sin otro cometido que intercambiar un cargo que no merece por unas dádivas que no debería nunca conceder.
La foto electoral de la encuesta refleja también un cierto estatismo demoscópico, con pocos movimientos y una evidencia prácticamente inmutable: en España solo existen dos posibilidades de Gobierno.
La ya conocida, una coalición entre un PSOE radical, la extrema izquierda en cualquiera de sus versiones y el separatismo; o un acuerdo de cualquier tipo entre las formaciones conservadoras y liberales, bien para conformar coalición, bien para avalar una investidura alternativa a Sánchez, con pactos programáticos estables.
Y esa certeza debe ser asumida por el PP y Vox, que han de encontrar la manera de librar su legítima competición electoral con un cuidado mejor de ese horizonte de acuerdos que dibujan todos los sondeos serios y, sin duda, quieren sus votantes.
Por eso es importante que, en el próximo Congreso de los populares, previsto para comienzos de julio, se defina un escenario de entendimiento con su rival actual y aliado potencial, en el que quede claro cuáles son sus condiciones para el acuerdo, que también han de ser entendidas por Vox, sin maximalismos por ninguna de las partes.
Pero también sin complejos ante el recrudecimiento previsible del mantra reiterado del PSOE y sus socios: ese incesante eslogan de que todo lo que pactan atiende a un bien mayor, que es frenar a la inexistente ultraderecha, un espantajo retórico con el que en realidad se quiere tapar la abyecta naturaleza de sus propios pactos.
Dado que en España no existe la socialdemocracia, declinante, pero clásica aún en Europa, contar con un PSOE razonable que permita la gobernación de los ganadores en las urnas es imposible: Pedro Sánchez ya ha dado sobradas muestras de que para él lo único legítimo es mantenerse en el poder, desde un mensaje peligroso para la democracia.
Que es muy fácil de traducir: si su partido jamás aceptará un mínimo entendimiento con el PP, si además acosa las posibles alianzas de los populares con Vox y si por último blanquea los obscenos pactos propios con partidos extremistas y antisistema; resulta evidente que solo aspira a prohibir de facto la alternancia democrática.
Por eso la oposición, en todas sus variantes, han de estar a la altura de lo que quieren y piden desesperadamente sus votantes: un cambio, claro y sin tensiones, en el que prime lo que une sobre lo que separa a quienes pueden conseguirlo. Si tanto les preocupa España al PP y a Vox, y nadie puede dudarlo, nada puede estar por encima de atenderla y sacarla de la UCI moral, económica, institucional y política en la que Sánchez la ha metido.