El canto de la oropéndola
Era arquitecto, porque observar la naturaleza y darle forma humanizada era la manera que él encontró para honrar a Dios y emplear su paso por la vida

Pedro de Oriol
Tengo marcada una fecha en el calendario. Varía en función del año, de la primavera, de la luna, de las lluvias. Es una fecha muy especial. Siempre que llega escribo a mi amigo Pedro de Oriol o es él quien me escribe a mí. Nuestra fecha es la llegada de la oropéndola, mi pájaro favorito.
Este minúsculo ave de color amarillo fluorescente y de alas negras tiene un canto melodioso muy característico. Migra desde Guinea Ecuatorial hasta la Península allá cuando la primavera explota. Es menudo en talla pero con gran coraje pues le planta cara al águila real. Tiene arrestos y belleza. Se posa en la mimosa, el alcornoque o el piruétano. Oírlo es un deleite. Dicen que cuando canta una oropéndola es señal de que un alma nueva entra en el cielo. Por ello es un ave protegida por los que creemos en Dios.
La oropéndola tiene mucho que ver con él; tenía una mirada azul verdosa o quizá verde azulada. Patillas copiosas y largas, de artista, de bandolero, de poeta o de matador de todos. Las patillas son imagen de rebeldía, de aquí estoy yo con mis argumentos para pelear contra el mundo, para defender al débil, de los que aman el arte y observan la naturaleza. De los que saben que la superficie más plana y perfecta que existe es un lago congelado. De los que son capaces de lo más bravío y de emocionarse con una puesta de sol. Era arquitecto, porque observar la naturaleza y darle forma humanizada era la manera que él encontró para honrar a Dios y emplear su paso por la vida.

Oropéndola
Vasco de sangre y sevillano de corazón. O quizá fuera al revés. Le vi pocas veces pero le pensé muchas más. Compartíamos amante pese a que él me triplicara la edad. Amamos la misma sierra desde atalayas distintas. Y esa sierra le devolvió la sonrisa y se marcó un baile que lleva cuatro lustros sucediendo.
Subo a Garrapatones porque desde aquí veo bien el Morro del Palancarejo, de las Atalayas y al fondo está La Solana de los Espárragos, el Matón de las Casildas, los Cuarterones y el Nogal. Los alcornoques lucen brillo, pues el campo rebosa de vida. Ya no hay escarchas, pues la primavera está en plena ebullición. Buen momento para decir adiós a una amante con la que has compartido lo más maduro y dulce de tus días. Es mejor despedirse así, cuando ella está lozana, habla con los ojos, se mece femenina y ufana. Cuando el sol del atardecer hace que las gotas de lluvia hagan brillar la obra de Dios que es la más perfecta de las obras.
Así es el arte que como las migas cada uno las toma como quiere. A unos les gustan con chocolate y a otros con huevos fritos
Él era arquitecto. Dicen que el mejor. Nunca hay un mejor pero sí uno de los mejores. Era el último de su generación o la punta de lanza de la siguiente. Alentador de aquellos que tienen el alma encogida y buscan echar a volar lo que en el corazón llevan retenido. Un inspirador. La edad no era más que una carga que nos hace mirar el calendario con más serenidad y nostalgia. Tenía los ojos verdes azulados, o azules verdosos, no lo recuerdo aún. Pero eran ojos con luz y juventud. Con poesía. Con fuerza. Irradiaban energía y carácter. Quizá se escudó en su oficio para intentar copiar humildemente la obra de Dios. Dios hace las cosas hermosas en la naturaleza. Y el hombre las transforma para darle gloria a Dios. Eso es el arte; tomar un manojo de colores y reflejar un sentimiento en un lienzo. Hablarle a un pedazo de cera con las manos para convertirlo en una perdiz en pleno vuelo por los campos toledanos. Mezclar piedras con arena y cemento, con hierro y ladrillo, para dejar una obra que será vivida por unos pocos y disfrutada por todos los que la encuentren. Así es el arte que como las migas cada uno las toma como quiere. A unos les gustan con chocolate y a otros con huevos fritos. Pero son migas y siempre que se toman uno sabe que son migas. Y sabes que quien las hace -te gusten más o menos- las ha hecho a su manera.
Se llamaba Miguel de Oriol e Ybarra. No sé si he dicho que compartimos la misma amante. Hoy la vi desde mi caballo: estaba mohína y seria pese a llevar su traje de flores. La sierra de El Zumajo está triste porque él siempre supo bailar mejor que nadie con ella y su porte de caballero español nunca pasó inadvertido a los que tuvimos la suerte de poder escuchar sus lecciones de arte, de vida y de respeto al Altísimo.
Me despido de ti don Miguel de Oriol como lo hacías tú: un gran abrazo bajo la bendición de Dios. Descansa en paz, amigo.
- Lolo De Juan es gestor agropecuario