Las grajas y los olmos
Asolaba nuestra huerta en Toledo. Mi abuelo nos pagaba a 25 pesetas la graja. Una fortuna para nosotros entonces. Al pie de la huerta emergían aquellas alamedas de gigantescos álamos negros. Así llamaba mi abuelo a los olmos

Un buitre sobrevuela en la Sierra Norte de Guadalajara (Castilla-La Mancha)
Queridos incautos, el grajo es poco conocido más allá del chascarrillo sobre su vuelo bajo y el frío. Pertenecen a la familia de los córvidos. Y por tal astutos, dañinos, y muy agresivos si están heridos. Aquí reconocemos 3 grandes córvidos negros
El cuervo, que es el mayor. Inteligente, y muy esquivo, Vive en parejas y poco más. Se puede amaestrar parcialmente. Eran utilizados por los vikingos como instrumento de navegación. Es sus mares brumosos de cielos plomizos pocas veces podían guiarse por las estrellas. Y soltándolos si no regresaban indicaban la dirección de tierra firme.
En la industria del terror se le asocia con el inframundo, y con lo diabólico. Edgar Alan Poe escribió en 1845 The Raven (El Cuervo), su más famoso poema. Su mala fama terrorífica le acusa de carroñar los cadáveres tras las batallas. Y en el campo los despojos tras los buitres. Aunque yo siempre veo solo a las zorras o las urracas.
La siguiente es la chova piquirroja que vive en grupos y anida en los acantilados. Acuden a dormir cayendo de repente con gran estrépito en grandes bandadas.
Y la más dañina, la corneja que llaman los puristas a la graja, como la llamamos los más castizos. De tonos más grisáceos, y mirada aterradora. También vive en bandos y su especialidad es asolarlo todo. Ya sean las huertas, o los nidos y pollos de los otros pájaros. Por eso se le consideraba alimaña.
Una plaga de molestísimos pequeños escarabajos voladores verdes propios del olmo. Se colaban por cualquier hueco. Todo estaba lleno
Asolaba nuestra huerta en Toledo. Mi abuelo nos pagaba a 25 pesetas la graja. Una fortuna para nosotros entonces. Al pie de la huerta emergían aquellas alamedas de gigantescos álamos negros. Así llamaba mi abuelo a los olmos. Hay cierta confusión. El Populus Alba es el precioso Álamo Blanco. De clara corteza y hojas plateadas. Sería lógico que el Populus Nigra, fuera el Álamo Negro… pero no. Es el chopo. En esta Castilla llaman Álamo negro al Ulmus Minor.
Engarzan con el pasado de aquellos árboles centenarios, dos leyendas que hace mucho leí, en unos papeles que han desparecido. Vestigios de un pasado medieval y gótico. La primera es que los cardenales de Toledo, al tomar posesión de estas tierras compradas a la corona durante la minoría de edad de Carlos II, mandaron levantar una horca, que con toda seguridad no se utilizó jamás. Era un icono simbólico. En el medievo el señorío jurisdiccional era reconocido como «señor de horca y cuchillo».
La otra leyenda era el vivero de álamos negros sobre las riberas del Tajo, que mandará hacer el cardenal Cisneros. En los pueblos de esta Castilla se administraba justicia bajo un impresionante árbol, y el más adecuado para estas tierras era el olmo. Reminiscencias de creencias arcaicas, supercherías traídas por los godos.
En los 70 llegó una plaga catastrófica: la grafiosis. El inexorable avance de un hongo letal que acabó poco a poco con todos. Fue devastador. Lloramos la Desaparición de las impresionantes alamedas que mandara plantar mi bisabuelo al tiempo que Poe escribiera su poema. Recuerdo esos tiempos con horror porque se llenó todo de una plaga de molestísimos pequeños escarabajos voladores verdes propios del olmo. Se colaban por cualquier hueco. Todo estaba lleno. Y si dabas la luz y dejabas la ventana abierta era un drama. Este escarabajo fue el vector de transmisión de la enfermedad.
Recuerdo con mucho cariño y nostalgia aquellos inmensos árboles que casi no alcanzaban a abrazar dos hombres. Tan altos como una casa de cinco pisos. Cargados de vida. Tantos pájaros entre su follaje intenso. Y su dura madera tan apreciada para varas y para hacer los astiles de hachas y azadones.
Durante el lento ocaso de los gigantes, cuando comenzó su decrepitud, tantas horas pasé bajo sus ramas escondido, inmóvil, sujetando emociones y embridando el alma. Esperando a las grajas. Y viendo impaciente llegar tordos, palomas, oropéndolas, pito reales, y carpinteros. Bajo aquellos gigantes que tanto añoro caían mis tardes. Desgranando mi soledad. Recuerdo que a mi abuelo le preguntaron qué era lo que le había enseñado la caza, y él dijo que a valorar la soledad. Horas y horas solo. De aguardo. Paciencia sobrellevada con ensoñaciones y pensamientos. Atento. Una lección de disciplina, haciendo una permanente guardia «sobre los luceros» en pos de un enemigo que acudiría en el más inopinado momento.
De repente llegaba el bando. Eso era terrible pues si no te veía una te veía otra… inmóvil. Con los ojos entrecerrados enmascarados bajo la sombra de mi sempiterno sombrero.
«Lo que más ven los pájaros son el movimiento, tus manos, y sobre todo tus ojos. Los ven como cuando les echas a las reses la luz por la noche. No te puedes mover. Y muy despacio te encaras. Tira solamente un tiro. Un tiro nadie sabe de dónde sale. Las grajas volverán. Si tiras el segundo las habrás escamado y no volverán.» Yo aún tentado siempre de tirar el segundo tiro, obedecía ciegamente a mi abuelo. Aunque acababa muchas veces decepcionado, pues las grajas no volvían.
Tristes vestigios de mis recuerdos, pobres muestras de lo que fue, quedan rebrotes en un maremágnum de cardos que mueren al pasar algunos años. Espero fervientemente que algún día se inmunicen y prosperen. Me mantengo en esa vana esperanza que ya cantó premonitoriamente Machado:
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas nuevas le han salido…
…olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.»