Si Lagartijo levantara la cabeza...
«Córdoba no tiene afición porque hace muchos años que dejó de salir el toro de Córdoba, un punto más bajo que el de Sevilla, armónico y bonito, pero toro»
Ha sido el matador de toros y primer califa cordobés, Rafael Molina 'Lagartijo', imagen del cartel de la Feria de Nuestra Señora de la Salud 2025. Un ciclo breve, brevísimo, casi fugaz. Tres festejos que durante la semana de feria apenas sirven de aperitivo ante el olvidado apetito taurino del aficionado cordobés.
Le pedían al Señor Garzón en una entrevista realizada hace unos días que describiera esta feria. La respuesta fue clara y sin titubeos: «Un ciclo con unos carteles con muchísimo atractivo, sin duda». Parece que el único que lo tenía claro era el propio empresario, pues el sentir general del aficionado, ya maltratado temporadas anteriores, andaba muy lejos de ese pensamiento. Tras el terremoto de toreo que sacudió Las Ventas la semana previa al inicio de feria, con epicentro en la figura de Saul Jiménez Fortes, en los mentideros taurinos se empezó a hablar de la inclusión del malagueño en el cartel del sábado. Un aliciente, y, sobre todo, un gesto de aficionados por parte de la empresa. Todo quedó en un brindis al sol.
Pocos festejos y mal rematados. ¿Por qué? La respuesta, la de siempre: Córdoba no tiene afición. Y no, por supuesto que no la tiene, porque para ir a una grada de sol, a la vera de donde ondean las banderas, tiene uno que gastarse casi 25 euros. Al mismo gallinero, sí, justo ahí. Eso no es afición, eso es masoquismo. Córdoba no tiene afición porque hace muchos años que dejó de salir el toro de Córdoba, un punto más bajo que el de Sevilla, armónico y bonito, pero toro. Y los primeros que lo saben son los matadores, que, al calor de una plaza verbenera, utilizan en su mayoría, un despliegue de vicios y ventajas, totalmente contrapuestas a los cánones taurinos tradicionales, pero suficientes para contentar a un público cansado de no ver nada.
La presidencia, uno de los principales culpables del desplome taurino de Córdoba, en un acto de puro egocentrismo ha interpretado tarde tras tarde el reglamento taurino a su antojo, convirtiendo la plaza en algo parecido a una capea entre amigotes.
Primero, al medio día en corrales, cuando en beneficio de no sé quién, autoriza enchiquerar una partida de novillotes, indignos para la categoría del coso cordobés e insultantes para el que paga rigurosamente su entrada con la ilusión de ver seis toros, tal y como se anuncian en los carteles.
Y segundo, en el juego de pañuelos desde el palco. Algunos blancos capaces de sonrojar al guiri más tostado del 9, que posibilitan descerrajar la Puerta de los Califas, bajo la atenta y desconcertante mirada de los cinco Califas del toreo. Otros como el caso del verde, que parecen haber sido olvidados en alguna caseta del Arenal. Sea como fuere, es necesario mantener el rigor de la plaza, dar valor a los triunfos y velar por la integridad del toro, rey de la fiesta, sin el cual, nada tiene importancia.
En el plano estrictamente taurino pudimos ver el impacto de Manuel Quintana en su debut. No es lo que hizo, sino lo que se atisba. Unos dominios de los terrenos y las alturas impropios a su edad, y además sabe torear. Cuidado con este torero. La segunda tarde estuvo marcado por el ganado, impresentable y de nulas opciones. Una mansada con la cual se estrelló de manera irremisible el interés mostrado por la terna. El domingo se cerró la feria con un casi lleno. La mejor noticia del ciclo. El cordobés de a pie puede ir un día a los toros (pues los precios son prohibitivos) y como tontos no somos, elegimos el día menos malo. Una joven promesa tomó la alternativa, Manuel Román, comunión taurina ante su gente. Las cotas más altas de la tarde las alcanzaría Roca, que con su concepto poderoso y bullidor volvió a abrir la puerta de los Califas. También lo hizo Juan Ortega, que, de haber tenido vergüenza torera, habría salido a pie por la de cuadrillas. No nos acordamos de nada… Un regalo más del palco, que no ha dejado de hacer méritos durante toda la feria para presidir todas las portátiles de la provincia.
Volvemos caminando un año más por la Avenida de Manolete cabizbajos, desilusionados por ver como los problemas de siempre no terminan por resolverse nunca. Melancólicos, pues en el recuerdo siempre permanecerán aquellos finales de los 80’, aquellos Finito-Chiquilín, que perduraban días, incluso meses en las tabernas de nuestra Córdoba. Esa de la que dicen que ahora no tiene aficionados, por algo será…
El deseo es claro: volver a ver salir de chiqueros al Toro, no una sino muchas tardes, con la plaza caldeada por el aroma a puro y los corrillos de viejos aficionados capaces de cantar lo bueno y lo malo. Porque la grandeza de la fiesta radica en su verdad, que no siempre tiene porqué resultar triunfal.
A veces me pregunto qué pensaría de la gestión de la feria taurina actual un califa de la talla de Lagartijo. Y sin duda, contrariado, sin tapujos y con el sarcasmo que le caracterizaba diría:
«Nah, nah, hay gente pa’ to».