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LA TORRE DE MARFILIgnacio Crespí de Valldaura

¿Qué conexión hay entre León XIV y la ciudad de Sevilla?

Si el pecado detenta la regencia del mundo, Dios conserva su trono, cetro y corona, mientras aguarda a la espera de su victoria final

Actualizada 04:30

Si, durante los días de Semana Santa, uno deambula, pulula y serpentea por los angostos callejones del casco antiguo de Sevilla, puede cerciorarse de que el pueblo pecador se agolpa y arremolina para colocarse lo más cerca posible de los pasos de Jesucristo, y de María Virgen y Madre; todo con el objetivo de obsequiarles con estruendosos parabienes, vítores y aplausos; para, acto seguido, recogerse en una silente y ceremoniosa ovación.

Ateos, agnósticos, indiferentes religiosos y tibios, además de practicantes timoratos, cicateros y heterodoxos, inundan las calles y plazas, todos con la máxima de rendir tributo a las efigies de Jesús y María; como aquellos paganos de Nínive que, tras ser advertidos de una catástrofe por el profeta Jonás, elevaron sus plegarias al Dios verdadero, para que les amparase bajo el palio de su misericordia.

Pues bien, algo similar está sucediendo, a escala mundial, con todo lo concerniente a la designación del nuevo pontífice. La mirada del mundo permanece inmóvil y expectante, aguardando al acecho el desarrollo de los próximos acontecimientos.

Este contraste de luces y sombras, de devoción y de pecado, a mi juicio, se debe a que el Reino de Dios no es de este mundo, pero, al mismo tiempo, su Reinado no perece, porque es eterno. Fruto de ello, en mi opinión, se da la contradicción de que el pueblo pecador trate de condenar a la Iglesia al ostracismo y, a su vez, le otorgue un protagonismo sin igual… Sin par… Sin parangón…

Considero que este contraste de luces y sombras, de piedad y de pecado, también, se debe a que «ha vencido el león de la tribu de Judá» (Ap 5, 5), es decir, a que el Señor ha resucitado, razón que hace posible que Cristo venza, reine e impere (Christus Vincit! Christus Regnat! Christus Imperat!); pero, al mismo tiempo, y como nos alertaba San Pablo, existen «los dominadores de ese mundo tenebroso», además de «los espíritus malignos que están por las regiones aéreas» (cf. Ef 6, 12).

De todo lo dicho, extraigo la conclusión de que, si el pecado detenta la regencia del mundo, Dios conserva su trono, cetro y corona, mientras aguarda a la espera de su victoria final…

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