Burocracia enterradora
Es un ternero grande, bien hecho y rematado. ¿Cuál habrá sido la causa de su muerte? No tengo duda, yo sí sé por qué se ha producido este apagón de su vida. No necesito comités científicos ni reuniones de profesionales

Cadáver de becerro cruzado de limusin
Y cuando el rigor mortis se haya adueñado de mi cuerpo me darán sepultura. La tierra me cubrirá, la oscuridad reinará. ¡Qué desgraciadas somos las gentes del campo! Enterrados vivos es la maldita condena a la que nos someten las Administraciones con permisos y burocracia. No tenemos que esperar a que la guadaña haga su aparición para sentir la asfixia que produce este sin fin de papeleo absurdo al que estamos doblegados.
La primavera está de reventón, y eso que en tierras charras no ha explosionado del todo aún. Esta mañana salía con mi caballo a dar un paseo por el campo, quería cambiar las tarjetas de las cámaras de fototrampeo, puestas aquí y allá, pero sobre todo contemplar cómo iba la paridera en estos inicios del mes de mayo. Echaba un pie al estribo, para subirme a la montura, con una alegría que se palpaba. Iba contemplando las encinas luciendo candelas, las escobas adornadas de flores blancas, los regatos llenos de maruja y los pájaros acaramelados cantando poemas de amor al oído. Todo era perfecto. Nada, ni nadie, podían robarme esa felicidad. Ay ingenua de mí…
Unos buitres alzan, a cámara lenta, el vuelo desde unos robles. Me anuncian desgracia. Son docenas los que empiezan a batir las alas cuando asomo al valle. Nada bueno presagio. Me acerco. Veo una vaca con los pares todavía colgando. A pocos metros de ella, un becerro cruzado de limusin yace inerte sobre una alfombra de margaritas. La madre lo protege, no quiere que las aves carroñeras se coman al fruto de sus entrañas… Da igual. Ya nada se puede hacer. Me sigo acercando. Es un ternero grande, bien hecho y rematado. ¿Cuál habrá sido la causa de su muerte? No tengo duda, yo sí sé porque se ha producido este apagón de su vida. No necesito comités científicos ni reuniones de profesionales.
¿Cómo van a sanear a un tejón o a un jabalí de largas navajas?
Hace una semana la vacada tuvo que meterse en el embarcadero. Golpes de puertas sobre vientres preñados; mangas estrechas donde el estrés machaca a las reses; berrinches notables ante su aprisionamiento. Conclusión: varios abortos a coste del ganadero. Maldito saneamiento. ¿Se ha conseguido erradicar la tuberculosis en todos estos años saneando? No. La explicación es fácil: «No se puede poner puertas al campo». Hay fauna salvaje que habita en nuestras dehesas ¿cómo van a controlarla? ¿Cómo van a sanear a un tejón o a un jabalí de largas navajas?
La sangre me sigue hirviendo cuando pienso en aspectos absurdos de este procedimiento. El ganado que sale tuberculoso, con pruebas poco fiables, todo hay que decirlo, hay que enviarlo al matadero, eso sí, la carne de estos animales pasa a la cadena alimenticia. Si la vaca que envían a hacer chuletas está en estado de gestación avanzada no pasa nada, pero como sea el dueño el que por otro motivo la mande a la sala de despiece, la multa no se la quita nadie.
Sigo picando espuelas, aprieto las piernas a la barriga de mi alazano y me lanzo al galope. Que el viento que me da en la cara se lleve la imagen del cadáver que han visto mis ojos. Las patas de mi jaco me llevan a orillas del río Huebra. Bien sabe mi corcel cómo me eleva ese paisaje, me hace tocar el mismo cielo.
¿Por qué no dejarán al dueño de la tierra cuidar su monte? Seguramente nos iría mejor. No somos delincuentes. Somos los primeros interesados y los mejores conocedores para cuidar el medio natural del que vivimos. Llevámoslo haciendo generación tras generación. Es verdad, que cierta supervisión debe ser necesaria para que no se comentan sacrilegios, pero de ahí al control totalitario que se fiscaliza por parte de la Administración hay un abismo. Los permisos que hay que solicitar no tienen fin: desmochar, olivar, poda de formación, encabezar… y todas estas actuaciones obviamente están condicionadas. Si no las cumples te sancionan.
Queda poco para descabalgar y quitarme las botas de montar. Esta tarde serán las botas de agua las que me calce cuando vaya detrás de un duende del bosque. Tendré que llevar una autorización en papel porque ese sencillo precinto digital que se ha establecido, me ha de complicar la existencia de cazadora. Dicen que la aplicación es muy intuitiva, no he podido comprobarlo porque no me funciona. Dicen que está pensada para cualquier individuo que tenga dos dedos de frente, a lo mejor a cuatro no llego, pero tres tengo fijo. Dicen que habrá un mejor control de reses abatidas, como si con ello se acabara la picaresca que lleva el pueblo español en sus genes. Dicen tantas cosas… Lo único que yo sé es que a mí me han entorpecido la vida. Nueva burocracia ahora digitalizada. Esa es la pura realidad.
Al final todo se resume a que cada permiso, ya sea ganadero, agrícola, cinegético o de silvicultura, va acompañado de una burocracia que te abruma. Que te mata. Que te dificulta llevar a cabo las tareas. Que pone trabas a aspectos sencillos. Solo son pegas y más pegas. Son requisitos que salen de despachos con suelos de cerámica y paredes empapeladas. De mentes urbanitas que lo más cerca que han estado del campo es cuando atraviesan el parque de su ciudad. ..
Miedo me da que después de este puente, con el Día del Trabajo de por medio —muy festejado por algunos que no han pegado un palo al agua en su vida—, hayan parido nuevas ideas y estén deseosos de ponerlas en marcha. Ya no una simple ley del Bienestar Animal, sino una Declaración Completa de Derechos de Animales y Plantas, donde en vez de ser ellas las que estén sometidas a los hombres, sean estas las que nos sometan a nosotros por medio de sus intérpretes «ecotontos». A veces es mejor que se olviden de uno.
Antes de terminar, tengo que reconocerles que les he mentido queridos lectores, al principio de estas líneas escribía: Las gentes del campo somos desgraciadas. No. Eso es totalmente falso. Nos intentan estrangular desde las oficinas de medioambiente, pero somos capaces de aflojar el nudo, porque hay algo que nadie nos puede robar y es vivir en nuestras carnes la grandeza del campo.
- Cristina Clemares Pérez-Tabernero es licenciada en Historia, master de dirección de Centros Educativos y premio Jaime de Foxá