
Un conjunto de los cuatro 'Folios' de William Shapeskeare
Reflexiones pascuales para guerreros culturales
He de admitir que mis propios escritos han adoptado durante los últimos años un tono muy a menudo sombrío e incluso pesimista
Las diversas y numerosas ansiedades, conflictos y agitaciones que vivimos actualmente en Europa y en el mundo nos pueden provocar un fuerte desaliento. También pueden desembocar fácilmente en ataques de ira o desesperación, sobre todo cuando vemos sin cesar cómo nuestras culturas son atacadas, cómo se intenta arrancar nuestras raíces religiosas o cómo son agredidas y violadas nuestras jóvenes. Cuando además la inmensa mayoría de nuestras élites gobernantes siguen ignorando el evidente declive y ruina de Occidente, mantener la esperanza o la alegría por cualquier cosa -y evitar la ira o la cólera- es un inmenso reto personal.
He de admitir que mis propios escritos han adoptado durante los últimos años un tono muy a menudo sombrío e incluso pesimista. Me han regañado por ello, pero he llevado con orgullo la etiqueta de «cenizo», argumentando que el pesimismo es una especie de realismo. Aun así, siempre me he aferrado a la remota posibilidad -una mera posibilidad periférica, aunque sea en un lejano futuro- de que, con suficiente esfuerzo, cooperación y organización, quienes nos reconocemos como de derechas podamos algún día cambiar el estado de las cosas.
Este convencimiento de que no todo está perdido, de que hay razones para mantener la esperanza y de que con los esfuerzos adecuados -y un grado suficiente de disrupción- las cosas mejorarán, aflora con especial intensidad durante el tiempo de Pascua que se inaugura el Domingo de Resurrección, que este año cayó el pasado 20 de abril. Precisamente este año, por una feliz coincidencia de los calendarios litúrgicos, lo hemos celebrado el mismo día en las iglesias orientales y occidentales, reforzando la idea de que el tiempo de Pascua es un momento propicio para recordar que, a pesar de los pesares, tenemos que aferrarnos a la esperanza. La Pascua nos recuerda que más allá de la muerte hay vida, y que más allá de este mundo existe el más allá, la vida eterna.
Para quienes participamos activamente en la esfera pública, la Pascua es también un momento ideal para recordar que, a pesar del envilecimiento, la degradación y la destrucción del mundo que crearon nuestros antepasados, aún podemos encontrar destellos de bondad en él. (Son raros, de acuerdo, pero ahí están). Y la bondad requiere una gran valentía y claridad moral.
Pensemos en la llamada «Constitución de Pascua» de Hungría, que fue ratificada durante la Pascua de 2011. En medio de los ataques internacionales, aquel pequeño y heroico país consiguió revisar su Constitución (y su Preámbulo) para que se reconociera a Dios y se definiera el matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer. Y este año, con las enmiendas introducidas en abril de 2025, Hungría ha ido más allá: ahora su constitución protege a los niños, afirma que las personas nacen como hombres o como mujeres y se opone a las drogas y a las injerencias extranjeras.
Estas acciones refuerzan aún más la posición de Hungría como uno de los únicos países occidentales que promueven el bien en un mundo donde parecen reinar las aberraciones y los desvaríos. Su ejemplo es nada más ni nada menos que contrarrevolucionario. A algunos les puede chocar, pero lo cierto es que necesitamos más ejemplos como éste.
Así que uno de nuestros retos es ser capaces de hacer nuestra propia contribución al bien, aunque sea mínima, que hay en el mundo. ¿Cómo? Una manera es sencillamente entregándonos a los demás, o viviendo con coherencia de vida e integridad, o actuando con humildad y caridad, incluso cuando ejercemos un gran poder o influencia. (De hecho, cuanto más poder ejerce alguien, más humildad se le exige).
Por tanto, durante este tiempo de Pascua, quienes nos consideramos conservadores, o simplemente de derechas, deberíamos tomarnos un tiempo para reflexionar sobre cómo nos comportamos y cómo interactuamos con los demás.
Por una parte, no podemos abdicar de la responsabilidad que tenemos de ser co-creadores y administradores del mundo que habitamos. Tenemos que seguir rechazando -cada vez con más vigor- los asaltos neomarxistas a nuestra cultura, la sustitución de nuestras poblaciones autóctonas y las numerosas violaciones de la dignidad sexual y humana.
Pero por otra parte, debemos recordar que seguimos estando llamados a ser ipse Christus. Esto significa que en medio de nuestros muchos esfuerzos (calificados como contrarrevolucionarios o neorreaccionarios), incluso mientras libramos esa guerra para proteger a nuestras familias, debemos recordar que nunca debemos llegar tan bajo como el nivel burdo y vulgar de nuestros enemigos. Tenemos aún que encontrar, en palabras del Papa Francisco, la manera de ser «sembradores de paz y constructores de fraternidad». Y estoy convencido de que podemos hacerlo sin desatender nuestra misión de salvar Occidente.