O a fondo o al fondo
Hace falta una sociedad que reaccione contra la rapiña. No sólo cuando se sienta estafada en los turnos. Sánchez, más preocupado ahora por guardar el tipo que de la gestión de los servicios públicos puede estar precipitando su caída por descontrol
Nada más que el alud de declaraciones de la hemeroteca en que Sánchez promete, jura, se compromete, recalca, se ufana y afirma campanudamente que hará lo contrario de lo que ahora hace, desde los aforamientos a los pactos con los nacionalistas, ya debería cuestionar su permanencia. El peso de su palabra no conoce la ley de la gravedad, y él ahí flota, hablando, hablando, hablando, como un conejo de Duracell.
Pero el Gobierno aguanta el tipo (el tipo es lo mejor que tiene Sánchez, o lo único a estas alturas); a pesar de estar cercado por tierra, mar y aire por sospechas de corrupción. Hay quienes todavía hacen el ejercicio melancólico de recordar y repetir las dimisiones por casos mucho menores en otros países de Europa, sin preguntarse qué pasa en España.
Sin embargo, la clave nos la dio hace casi quinientos años el anónimo autor de El lazarillo. El Ejecutivo se salta las reglas cada dos por tres en su provecho partidista, político y personal, como cuando el ciego trincaba las uvas a pares, pero el lacerado pueblo español no dice ni mu, porque también pellizca los frutos que puede sin respetar los turnos. Hay un pacto de tolerancia sorda y ceguera selectiva porque mucha gente saca rédito del rufianismo generalizado. Los grandes con comisiones y los pequeños con paguitas, todos pellizcan el racimo estatal.
Esto, que en lo ético es triste, en lo político es peor. Plantea un problema grave a los partidos de la oposición. Si propusiesen sanear un sistema con tantas metástasis en la sociedad, correrían el riesgo de incomodar a muchos probables votantes y a regiones enteras que viven a la sopa boba del privilegio identitario. El clientelismo es el cáncer de la democracia, pero la quimioterapia sería durísima. No parece que los partidos de la oposición aspiren a un discurso regeneracionista. En las propuestas para el nuevo congreso del PP que se van dosificando brilla por su ausencia lo audaz y necesario.
Esto es peligroso, en primer lugar, porque el rechazo a Sánchez ya ha demostrado ser insuficiente para desbancarlo. Claro que habrá una vez en que ese rechazo baste, me replicarán los estrategas de la oposición perfilada y astuta. Y tienen razón. Será cuando sea muy evidente que el PSOE y el Gobierno están cogiendo las uvas a puñados mientras al pueblo le quedan los escobajos (apagones e impuestos). Habrá por fin una contestación suficiente.
Suficiente para un relevo gubernamental, y nada más, porque no se habrá construido o reconstruido una democracia sobre bases más firmes y limpias. El entente picaresco habrá dejado de funcionar, como al final siempre deja, pero no su amplia cobertura social. Y eso da para un cambio para hoy, y gatopardescamente para perpetuar el sistema. Es el segundo peligro. Sin cambiar las reglas del juego, puede cambiar un lance del juego, pero no el juego que se traen.
Y eso es peor, si se piensa. Porque se crea la ficción de una oposición política —aunque lenta— eficaz, y así no saldremos del círculo político, digo, vicioso.
El reto, por tanto, debería ser, más que nada, cultural. Hace falta una sociedad que reaccione contra la rapiña. No sólo cuando se sienta estafada en los turnos. Sánchez, más preocupado ahora por guardar el tipo que de la gestión de los servicios públicos (trenes, red eléctrica, seguridad ciudadana, etc.) puede estar precipitando su caída por descontrol, en efecto; pero nosotros necesitaríamos otra cosa: un cambio profundísimo de actitud.
Si Sánchez cae por sus propios deméritos será una caída blanda, que no nos permitirá remontar el vuelo como sociedad. España requiere que Sánchez caiga también por nuestras carencias colectivas. No nos basta un nuevo presidente: necesitamos buenos principios, mejor educación, reformas hondas y cambios de mentalidad. Un lavado de cara a estas alturas sirve de poco. No nos vale con tocar fondo; hay que retocar el fondo.