Los pájaros
Poco a poco aquellas aves hostiles se van apoderando de una pacífica población, que al principio no se da ni cuenta de la amenaza que tiene encima
Las películas de Alfred Hitchcock, nacido al norte del Gran Londres en 1899 y fallecido en Los Ángeles en 1980, son tan entretenidas que resulta fácil olvidar la sabiduría técnica y el fértil caudal de innovaciones que contienen. Mi amigo Adolfo, un erudito del cine, me regaló el año pasado el clásico librito que recoge las conversaciones del maestro del suspense con su colega francés Truffaut. Ahí se explican los secretos de la complicada arquitectura visual que sostiene las obras maestras de Hitchcock.
Tras tocar techo en su Inglaterra natal, Hitchcock se embarca en 1938 en el Queen Mary con rumbo a Estados Unidos, con el objetivo de conquistar Hollywood, algo que logrará enseguida. En los años sesenta lleva ya una larga carrera a sus espaldas, pues su primera película, que era muda, databa de 1925. Pero la nueva década lo coge en estado de gracia. La abre con un clásico, Psicosis, y solo tres años después rueda otro no menos inquietante: Los pájaros.
La película, que hoy forma parte del patrimonio de tesoros culturales de la Biblioteca del Congreso de EE.UU., resulta angustiosa por su extrañeza. Hitchcock toma varias decisiones inteligentes, que agudizan el suspense. Por ejemplo, suprime la música y en sus primeros compases la película parece una comedieta romántica convencional. Hasta que Tippi Hedren, que debutaba en la pantalla grande, llega al pueblo marítimo californiano de Bodega Bay y poco a poco comienza a ocurrir algo muy raro: los pájaros se van volviendo agresivos, hasta que se revuelven en masa contra los vecinos, que al principio ni siquiera se percatan de lo que se les viene encima. El final de la película es abierto, inquietante.
Me he acordado de la película de Hitchcock por el ameno serial de los mensajes de Sánchez y Ábalos, donde el presidente tacha de «pájara» a su ministra de Defensa, sin que la susodicha se declare molesta al saberlo, pues por su coche oficial nuestra Margarita aguanta lo que haga falta: indultos, amnistías, decapitar a la jefa del CNI por orden de Junqueras… «¿Qué tipo de pájara sería la ministra?», me pregunta un amigo guasón. Diríamos que guarda un cierto aire con la lechuza común, con su vuelo siempre lento y silencioso y su característico disco facial. Pero pese al aspecto parsimonioso puede mostrarse como una cazadora implacable, dotada de un agudo oído y una buena vista, que le permite cazar incluso en las oscuridades de Sanchistán.
La película de Hitchcock tiene algo de parábola de nuestra situación actual: los pájaros picotean el corazón de la vida pública, pero muchos vecinos todavía no acaban de darse cuenta.
Si fuésemos un poco malvados, que no lo somos, resultaría fácil dejar volar la imaginación y jugar a trazar comparaciones ornitológicas con los actuales titulares y titularas del «consejo de ministros y ministras». En la cabecera se sentaría el quebrantahuesos. Parecía una especie en vías de extinción tras los cepos con venenillo que le tendió el rubalcabismo, pero logró volver y ahora tritura todo lo que le ponen por delante. A su vera, vigilando la caja de las finanzas, revolotea el águila culebrera, siempre activa, nerviosa, en un estado de perpetua agitación. En la mesa no falta el colorido de algunas aves vistosas, como el tucán, de pico muy desarrollado y brillantes colores, cuyo gorjeo, muy primitivo, resuena como un molesto parloteo que jamás cesa.
De Vizcaya procede la gaviota gris, que aguanta lo que le echen, con una extraordinaria capacidad de adaptación. Llegó de tierras vascas con fama de animal limpio y sano, pero hoy picotea por la basura urbana encantado de la vida. Para las ruedas de prensa, nada mejor que el papagayo alegris, especie colorida, de pico fuerte, que es capaz de aprender y repetir frases enteras.
De montar lío en los gallineros madrileños se encarga el gallo de corral, que alborota mucho y piensa poco. Los trenes están vigilados por el pájaro bobo, que ha perdido la capacidad de volar y ahora se dedica a meter la pata. Para tutelar a los jueces contamos con el milano negro, rapaz muy versátil y oportunista, aunque demasiado ruin, pues llega al extremo de robar presas a otros depredadores. Fuera de la sala del consejo, pero metida en el corazón del poder, anida la pichona, un ave trepadora, que quiso volar más alto de lo que le permitían sus cortas alas académicas.
Hubo un tiempo en que todavía existía más variedad en la pajarería. Estaba el ganso coletudo, que anida por las serranías de Galapagar y resultó un ave de una gandulería sorprendente. O pájaros tan promiscuos como el ábalus trincatorix, singular especie levantina a la que le pasó como al pájaro dodo: se extinguió (o más bien se lo cargó el quebrantahuesos).
En fin, metidos ya en materia ornitológica por gentileza de nuestro líder supremo, otro día podemos seguir hablando de más películas de pájaros. Por ejemplo, me están viniendo a la mente los dibujos animados del Pájaro Loco (y no sean malos, que no estoy pensando en nadie).