«Dios nos quiere, el mal no prevalecerá»
La Iglesia católica no es una novela conspirológica, ni un partido político, es la voz de Jesús en la Tierra y la roca espiritual que nos reconforta y nos da una esperanza
Hasta el día en que me quede gagá, creo que siempre recordaré la tarde de primavera en que el cardenal estadounidense Roberto Francisco Prevost Martínez, de 69 años, estadounidense de Chicago y con gotas de sangre española, se asomó al balcón de San Pedro como el Papa León XIV y comenzó a hablar. Y se me quedará grabado no solo por sus gratas, sentidas y estimulantes palabras, sino también por la emoción que asomaba a las caras de mis compañeros de El Debate mientras lo escuchaban, con una sonrisa que lucía entre cariñosa, admirativa y respetuosa.
Hemos escuchado tantas boberías durante estos días del cónclave. Han aparecido tantos seudo expertos baratos. Ha habido tanta faca contra la Iglesia… La última vez que un Papa fue elegido en la primera votación ocurrió en el año 1503, con Julio II. Parece que ha llovido un poco. Pero aun así, cuando salió este miércoles la primera fumata negra, la prensa anticlerical prosanchista se apresuró a titular que esa votación fallida ponía de manifiesto «la división de la Iglesia». Por supuesto, las cadenas al rojo vivo, propiedad de grupos mediáticos que solo buscan la pasta y juegan a todas las barajas ideológicas a la vez, se regodeaban con documentales rapaces contra la Iglesia y el catolicismo. En la cobertura de TVE aprovecharon la media hora entre la fumata blanca y la salida del nuevo Papa para despellejar a la Iglesia (los fieles caen, los abusos son un escándalo, sus finanzas están muy tocadas…). Ni siquiera en un instante tan importante para los católicos, la religión con mas fieles en España, concedieron una tregua de amabilidad y sentido común. No pueden aparcar el sectarismo militante ni unos minutos.
¿Y qué decir de los ya míticos vaticanólogos, que nos adelantaban con todo tipo de detalles quién iba a ser el nuevo Papa… y que una vez más no dieron una? Y no hablemos ya de los insignes expertos a lo Dan Brown, que de manera telepática iban contando supuestas intimidades polémicas que acaecían en el interior de la Capilla Sixtina, cuando era en esos días el lugar más blindado del planeta a toda indiscreción.
Notable también el interés súbito de la izquierda anticatólica española por el catolicismo, abogando siempre por su urgentísima reforma (es decir, porque deje de ser lo que es, lo único que puede ser si quiere continuar fiel a Jesucristo).
Por eso resultó tan reconfortante el mensaje del nuevo Papa. Resultaba conmovedor escucharle decirnos, con una voz fuerte, segura y clara, que «Dios nos quiere y nos ama a todos y el mal no prevalecerá». O que todos estamos unidos a las manos de Dios y unidos entre nosotros. León XIV nos ofreció «la paz de Cristo resucitado». Y no cabe nada mejor, ni más importante, ni más elevado. Y por eso somos católicos, porque creemos que Dios nos rescata, nos perdona y nos quiere.
La Iglesia católica no es una novela conspirológica, ni un partido político, ni una oenegé más grande que las demás. Es la voz de Jesús en la Tierra y una roca espiritual. El Papa Prevost, humilde de verdad, misionero y tranquilo, un hombre que gasta una sonrisa que inspira confianza, apunta a que sabrá recordárnoslo cada día y hacernos mejores.
Ayer fue un día feliz en medio de tiempos convulsos. Un paréntesis de calma y altura en medio de la galerna que acompaña siempre a la condición humana.