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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Silencio justificado

Una gansada como la de la bomba-berberecho no merece la preocupación del presidente del Gobierno. La inauguración de un hospital en Melilla, sin quirófanos ni UCI, es infinitamente más importante

Actualizada 01:30

Los intransigentes de las nueve derechas se han unido para exigir a Sánchez que justifique con alguna palabra, frase, rueda de prensa o tertulia de café, la farsa de la bomba-berberecho. Tan sólo Óscar López, ese armario tan antipático y la delegada de la Moncloa en TVE, Silvia Inchaurrondo, continúan empeñados en mantener vivo al pobre berberecho. El infeliz molusco bivalvo pertenece a la familia de las almejas. Wodehouse tenía un amigo bastante lerdo, y le dedicó la siguiente descripción que hago mía para acercarme a la capacidad intelectual del ministro López: «Su coeficiente de inteligencia era algo menor que el de una almeja vuelta del revés, una almeja, todo hay que decirlo, que hubiera sido golpeada en la cabeza durante su infancia». Sostenerla y no enmendarla cuando ha reconocido el propio autor del atentado fallido terrorista la inexistencia del mismo es de una puerilidad mentecatada de signo ascendente. Se enfrentará a Ayuso en las próximas elecciones a la presidencia de la Comunidad de Madrid, cuyos votantes desconocen en un 40% su existencia. Pero, en fin, vayamos al grano.

Desde el ridículo rumor hasta el momento en que escribo, han pasado más de 220 horas. Y Sánchez no ha dicho ni «mu», que es una frase hecha cuya única intención es afirmar que Sánchez no ha dicho ni «mu», sin doble sentido. Pero el silencio estaba justificado y me apresuro a reconocer mi error. Sánchez no ha comentado nada en 220 horas porque lleva 205 fuera de España. Y en las quince horas restantes, ha viajado a Melilla a inaugurar el gran hospital que había prometido a los melillenses.

Séame permitido, sin necesidad de marcarme entusiasmos que nunca existieron, que Franco, cuando se trataba de hospitales y viviendas sociales, culminó con éxito todo lo que se propuso, y propuso mucho. Tanto, que falleció en el Hospital La Paz, uno de sus primeros compromisos cumplidos. Sánchez prometió la construcción de un gran hospital en Melilla, y acompañado de la ministra Mónica y Madre, acudió a nuestra ciudad modernista del norte de África a inaugurar su hospital. Con una sonrisa, un movimiento muelle sostenido por sus caderas y una facilidad pasmosa, descubrió la placa conmemorativa, gesto que fue acompañado por una cerrada ovación. Por lógica, la salud de los enfermos está por encima de este tipo de saraos, y los cirujanos sólo tenían ojos y manos para operar a sus pacientes. El problema y la duda se unieron cuando Sánchez fue informado de que su gran hospital no tenía ni quirófanos ni Unidad de Cuidados Intensivos. Muy grande, muy bonito, muy céntrico —en Melilla lo que no es céntrico es marroquí—, con las habitaciones espaciosas, mirando al mar las de la fachada norte y al monte Gurugú las de la fachada sur, pero sin quirófanos ni UCI. No obstante, fue informado por la ministra Mónica y Madre, que el botiquín funciona. Pongamos un ejemplo práctico.

Un niño, que está jugando al fútbol en el recreo, cae al suelo y se hace una herida en la rodilla. Es llevado al Gran Hospital Pedro Sánchez, enviado en camilla y con urgencia al botiquín y sanado con desinfectante y una tirita, que le impida el roce con sus pantalones. En ese sentido, a falta de quirófanos y UCI, el Gran Hospital Sánchez de Melilla está perfectamente preparado para afrontar toda suerte de adversidades físicas.

Una gansada como la de la bomba-berberecho no merece la preocupación del presidente del Gobierno. La inauguración de un hospital en Melilla, sin quirófanos ni UCI, es infinitamente más importante.

Y los enfermos de ELA sin recibir ni un euro de los prometidos y aprobados. Justificado silencio.

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